Hoy es el Día Internacional de las Víctimas de la Desaparición Forzada y este texto aparecido en El País Semanal de agosto de 2002 es una buena forma de recordar cómo comenzó la lucha contra la impunidad del franquismo a través de la búsqueda de las personas desaparecidas en fosas comunes.
Habla de cómo en un pueblo de El Bierzo (León) están desenterrando los cuerpos de los fusilados en la guerra civil
Poder llevar unas flores. Rezar. Llora!: Saber, al menos saber, que allí mismo descansa un cuerpo, un nombre. Ella.
Emilio Silva sí lo sabe. Emilio Silva, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, un día quiso saber dónde estaba su abuelo, aquel hombre que llevaba también su nombre, pero al que la tierra había borrado toda identidad. Buscó y buscó. A aquel hombre, a aquel Emilio Silva, el que tenía una tienda en Villafranca de El Bierzo, en la provincia de León. Le detuvieron un día.Se lo llevaron. Venganzas, envidias, rencores. Nunca se supo de él. Con el tiempo, el joven Emilio Silva, con paciencia y dolor, fue reconstruyendo aquella pequeña-gran historia: a Emilio le sacaron unos falangistas de la cárcel, le llevaron con otros 12 a Priaranza, muy cerca de Ponferrada. Los mataron en la carretera y los dejaron tirados, ensangrentados, en la cuneta. Tardaron en enterrarlos. Nadie quería hacerlo. Y al final, juntaron sus cuerpos en una fosa común. Y allí sufrieron durante años, largos años, el olvido.
Dicen que Franco les negó el recuerdo. Que los condenó al olvido. Que quiso enterrar su memoria. y que, duran te décadas, lo consiguió. Era una manera de castigar al vencido. Ya lo hizo, en su momento, Fernando VII con los afrancesados. La abogada Elena Reviriego recuerda que "los tratados internacionales nunca se cumplieron". Nadie se molestó en tomar nota de los muertos, en hacer listas. Todo lo contrario. Fue una operación pensada, perfectamente planificada. Se quiso borrar todo recuerdo, toda memoria. Hacer sufrir a sus familiares, que no supieran jamás qué había sido de sus seres queridos.
Franco, dicen, lo intentó. Pero no lo consiguió. Hace muy poco, unas semanas, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha abierto fosas que se creían olvidadas en León. De allí seguirán otras. En un proceso que ya es imparable. Durante los años más duros del franquismo, los vecinos han mantenido encendida una luz entre las tinieblas del miedo. Y ahora, viejos y temblorosos, han rebuscado en sus recuerdos y han señalado el sitio donde estaban enterrados, donde siempre supieron que descansaban aquellos cuerpos vencidos, los viejos huesos que clamaban por la memoria.
Junto a la nueva carretera de Cubillos a Ponferrada hay un cartel que dice: coto de caza. Durante años los vecinos han estado acudiendo allí. Buscaban entre los matojos unas piedrecitas alineadas, una pizarra marcada con el fIlo de una piedra.
'Aquí, ¿sabe usted?, hay varios cuerpos. Un maestro, el abuelo del actual presidente de la pedania de Fresnedo, que era el alcalde socialista en el 36, gente que estaba con la República. Nunca dejamos de venir".
Nunca dejaron de ir, a escondidas, para rezar a sus muertos. Nunca dejaron de depositar ramilletes de flores. Eran sitios que los cazadores respetaban. Se santiguaban, temerosos, y evitaban hollarlas con sus botas. En algunos casos dejaron que sobre ellas crecieran los árboles, las cercaron y marcaron para que los animales no pastaran sobre ellas. Se hablaba de aquellos muertos en las noches más frías, al calor de la lumbre. Esperando. Siempre esperando a que las cosas cambiaran. A que alguien reclamara aquellos cuerpos que se pudrían en el olvido de los vencidos. Ahora las fosas han sido abiertas. Los cuerpos, recuperados. Pero quedan en España decenas de fosas. Cientos. ¿Quién lo sabe?
Dice Emilio Silva que él siempre tira por lo bajo. y que por eso calcula que habrá en torno a 30.000 desaparecidos. Muertos de los que no hay constancia. Cuerpos que ni siquiera tienen el recuerdo de lo que un día fueron. Pero otros dicen que 30.000 son pocos. En todos los pueblos hay desaparecidos.
Vicente Moreira buscó y encontró el cuerpo de su madre. Él era un mocoso cuando la detuvieron. Tenía Isabel Picorel 42 años y fe republicana. y recuerda Vicente, todavía, la noche negra de aquel agosto del 36 cuando su madre huyó con él y con sus hermanos al monte de Langre, en El Bierzo. y le dio calor con sus brazos... y recuerda que cuando bajaron del monte la detuvieron. y ahora, todavía, oye los gritos de ella, torturada. y cómo olvidar cuando él, con apenas 10 años, huyó con sus hermanos y se escondió en un pajaI: y los falangistas les buscaron. Y con saña salvaje, clavaban los bieldos de hierro entre el heno, para que la sangre delatara a los fugados. Y recuerda cómo fueron durante días, hambrientos y helados, de Ponferrada a Oviedo a buscar al padre. Y cómo les embarcaron en un viejo barco que les llevó a Rusia. Y recuerda Vicente Moreira, hoy ya anciano, hoy el corazón limpio de odio, cómo ha estado durante años empeñado en encontrar a su madre. Dispuesto a desenterrarla con sus propias manos.
Pero el caso de Vicente Moreira no es el único. Él encontró a su madre. Un día, una excavadora desenterró los restos de las cuatro personas que en un prado de Fresnedo descansaban de tanto sufrimiento: Isabel Picorel, 42 años; Cipriano Alonso, 44 años; Sergio Rodríguez, 27 años, y Bernardino Carro, 21 años.
Otros han tenido peor suerte. Ángel, por ejemplo. Él no sabe dónde está enterrado su padre. Sólo recuerda que un día vinieron a buscarle a su casa, en un pueblo de la Alpujarra de Almería. Que el padre había vuelto del frente pensando que, con el fin de la guerra, todo había acabado. Pero no era así. Vinieron unos falangistas y se lo llevaron. Y nunca más supieron de él. Su madre cogió a los chicos, horrorizada, huyó a Madrid.
"Las cosas no se han olvidado, y prefiero que no mencione el pueblo. Todavía hay mucha gente viva. Gente que hizo cosas. Ya no queremos líos... Yo, todavía me acuerdo de aquellas mujeres a las que cortaban el pelo al cero. Esas pobre mujeres... ¿Sabe? Lo peor de esto es no saber dónde está. No saber siquiera dónde llevarle unas flores".
El olvido ha pesado como una losa. Y el miedo. Julia recuerda que algunas de aquellas muertes tenían detrás otros intereses. Los vencedores, como en las víejas guerras, se quedaban con los bienes de los vencidos: ovejas, tierras, casas... Hoy todavía, en los pueblos se cruzan los hijos de aquellos en las plazas de los pueblos. Y nada dicen. Tal vez por eso, Pedro Camons no ha conseguido, todavía, que alguien le ayude a encontrar a su padre, Andrés Camons, ferroviario. Desaparecido en una de las mayores fosas comunes de España, la de Mérida. Se calcula que allí pudieron enterrar a unas 4.000 personas. Pero es una cifra de la que es difícil dar seguridad.
Pedro Camons lleva largos años hablando con unos y con otros. Empeñado en que las autoridades empiecen a buscar la fosa situada en torno al cementerio de Mérida. Allí enterraron a los fusilados junto a sus tapias, y a los que morían de hambre y enfermedad en sus cárceles. Tuvo Pedro que esperar a que su madre muriera. Su madre vivió con miedo. Cuando su marido GI desapareció, la mujer hizo lo mismo que la madre de Ángel, cogió a sus cuatro hijos y huyó del pueblo. Desde los años ochenta lleva Pedro buscando ayuda.
Nadie le ha hecho caso.
"Todos quieren olvidar. Me han dado buenas palabras y nada más. He escrito al Rey, al presidente del Gobierno, a la Junta de Extremadura. Sólo me ha ayudado Miguel Iglesias. Era médico y concejal socialista. El único que se ha interesado". [...]
"Lo único que deseo es que reconozcan que mi abuelo fue leal. Que luchó por el Gobierno legal. Que tenga la tumba que se merece y no un hoyo de huesos". Dori buscó y encontró a su abuelo, enterrado en una fosa común, en Cartagena. Está con 50 marinos más. Ha luchado, siempre con su prima Juana, para reivindicar el recuerdo, la lealtad, la grandeza de un hombre que fue fiel a sus ideales. Por eso todavía defiende ese recuerdo del abuelo marino. y lleva años buscando un reconocimiento que le niega la aparente democracia en la que vive:
"Hemos tenido tantos problemas", se lamenta.
Pero son problemas que se han ido repitiendo a lo largo de los años. Los mismos problemas con los que se han encontrando los familiares de los que durante décadas han estado enterrados. En tantos sitios... En Extremadura la represión fue brutal. En Badajoz los fusilamientos superaron cualquier cálculo. Tantos, cuentan, que en la fosa abierta junto a las tapias del cementerio hubieron de quemar los cadáveres porque no había forma de darles sepultura: carabineros, milicianos, militares profesionales, hombres del pueblo, quedaron consumidos por las llamas.
Ángel Hidalgo cuenta en su Historia de Alcuéscar que la Junta Local del Movimiento pagaba 25 pesetas por la muerte de un rojo. No era extraño que pistoleros falangistas entraran en los calabozos y sacaran a punta de pistola a los detenidos para ejecutarles en el Cerro Pelado, en la carretera de Montánchez. En Castuera, en La Serena, vive todavía el recuerdo de aquel gigantesco campo de concentración. Dicen que había 6.000 ó 7.000 prisioneros que morían de hambre y enfermedad. Muchos cuerpos yacen olvidados en algún sitio.
La fosa de Mérida es, junto con la de Oviedo, posiblemente la que más cuerpos encierra. Pero la de Oviedo tiene un buen número de sus cuerpos identificados. Se calcula que hay en torno a 1.316 cadáveres con nombres y apellidos. Pero el total supera los 1.600. La fosa tiene 21 metros de largo por 12 de ancho, según cuenta Herminio J. García en su página web de la Asociación de Familiares y Amigos de la Fosa Común de Oviedo, la profundidad se desconoce.
Muchos fueron ejecutados allí mismo, junto a las tapias del cementerio, y otros, trasladados desde otros puntos de la región. La fosa se encontraba en el cementerio civil, separada por un foso del cementerio católico. En los primeros setenta se echó abajo la tapia. y se juntaron todos los muertos.
¿Qué buscan esos nietos, esos hijos del polvo? Lo dice Dori. Lo dice Emilio. Lo dice Vicente Moreira. No hay odio. Sólo ese deseo de buscar la paz. Paz para los muertos. Unos muertos que están por todo el país. Están en Cataluña, en Lérida, donde cerca de 700 hombres duermen en paz en un panteón del Ayuntamiento de Camarasa. O en Pandols, o en Teruel, con un millar de cuerpos olvidados, o la del Monte Arenas...
¿y dónde está la fosa donde descansan los cuerpos de Garcla Lorca y de sus compañeros asesinados en aquella noche?
...la memoria sigue enterrada. Pero hay más. Algunas fosas desconocidas. Como la de Milagros, en Burgos.
José María Pedreño no tiene a nadie enterrado. Pero ha buscado, reconstruyendo el recuerdo, a los desaparecidos de un pueblo que tiene un nombre literario, un nombre de libro de versos. De Iglesia, casi: Milagros. Él ha buscado la fosa donde enterraron a tantos vencidos. y la ha encontrado. Ha pisado con emoción la tierra. Sembrada ahora de trigos. Un trigo que se nutre de cuerpos, de muerte que, dice, "ahora da vida. Ya ves". Él dice que allí, a la casilla -una vieja casa de camíneros llevaban a enterrar a los fusilados, a los condenados sin juícío, a los paseados.
Dice Pedreño que él sólo ha querido recuperar el dolor. Bueno. O hacer que el dolor se pierda. Él, que a nadie tiene a quien rezar, quiere rezar por todos. O, a lo mejor, no rezar por nadie, porque no es creyente -¿sabe?- no es creyente. Pero, tanto olvido...
Está la memoria viva. Tan viva. Cabalga por las páginas frías de Internet: "Llevo investigando la muerte de mi tío- abuelo, que fue paseado en octubre de 1936...", escribe alguien. "Pregunto por mi abuelo Luis Cienfuegos [...] fue detenido y enterrado en una fosa desconocida, al pie del Pajares". "Mi abuelo fue paseado por varios falangistas y la Guardia Civil de Vega de Espinaredo". Otro: "Fue llamado a declarar a una finca en donde una brigadilla de guardias civiles y falangistas tenían su sala de torturas. Ya no supimos más de él. Por favor, si alguien puede aportar algún dato de su paradero...".
Hace unos días, un muchacho escribía en Internet, en la página web de un cantautor: "Hoy estoy feliz. He escuchado que en El Bierzo, León, se están abriendo varias fosas comunes de la guerra civil. Una vez mi abuelo me explicó que en su pueblo natal, ya abandonado, mataron a un oficial del ejército republicano. Si vais ahora a ese pueblo y entráis en el cementerio, veréis que detrás de una pared está enterrado [...] Una vez le dije a mi abuelo que, ahora que todo ha pasado, estaría bien tirar la tapia que le separa del resto de las personas que están allí enterradas".
Hay gente, todavía, que busca esas mismas tapias. Para derribarlas. Lo harán.