Debate sobre la igualdad en la Parroquial Berciana, en el año 1932
Primera carta, escrita por Antonio Carvajal y Álvarez de Toledo, fechada el 7 de agosto de 1932.
¡Igualdad, oigo gritar
al jorobado Torroba,
y se me ocurre pensar:
¿Quiere verse sin joroba,
o nos quiere jorobar?
Con mucha frecuencia en los tiempos presentes oímos repetir la palabra IGUALDAD; y seguramente la mayor parte de los que pronuncian esta palabra ignoran o no comprende su verdadera significación.
Todos los hombres nacen iguales, la igualdad es una de las más valiosas conquistas del progreso, suelen decir en tono enfático y magistral muchos de los que hacen alarde de sus ideas progresivas, sin tomarse el trabajo de analizar la palabra igualdad y sin tener en cuenta su verdadero origen, que no es otro que esa excelsa doctrina que Jesucristo enseñó a la humanidad. Sublime enseñanza, que está al alcance de todos y por la que todos sabemos que todos somos hermanos.
En esta máxima evangélica, resplandece la sabiduría infinita y con esta enseñanza. Tan humilde como sencilla, deja Jesucristo encendido el fuego Santo de la Caridad y establece la verdadera y única igualdad, que los hombres han pervertido y adulterado, dándole una extensión que no tiene; y con fines sectarios, tratando de establecer una igualdad que no existe, ni existirá nunca, aunque el moderno Partido Socialista se esfuerce en demostrarnos lo contrario.
Fuera, pues, de esta igualdad que Jesucristo predicó, estableciendo así la fraternidad cristiana, que es fundamento de todas las igualdades legítimas, todo es desigualdad, y en ella estriba la armonía del Universo y el equilibro de la sociedad humana.
En lo moral, en lo físico y en lo intelectual, todos los hombres son distintos; en todos ellos hay más o menos notables diferencias.
En el mundo material no hay dos cosas iguales: dos gotas de agua, dos granos de café, de arena, que vistas con ayuda del microscopio, aunque parecen iguales, hay pequeños detalles que los diferencian y que se ocultan a los ojos de un observador que no profundiza.
En fin, que la igualdad no existe ni física ni moralmente actualmente entre los hombres ni en ninguna parte. La única y verdadera igualdad procede del Evangelio.
Decía un famoso escritor de mediados del siglo pasado: “La igualdad política, la de las fortunas y los sueños capitalistas son aberraciones del entendimiento que vaga en las tinieblas y se extravía en el caos, por haber perdido el norte que la guiaba. Si queréis que el fuerte no oprima al débil, que el rico no se dé a la avaricia, que no sean unos explotados y otros explotadores, que reine la Libertad, sin degenerar en anarquía, y la autoridad, sin convertirse en despotismo, que se respeten los fueros de la justicia y que grandes y pequeños, miserables y poderosos vivan en buena armonía, amaos, por amor de Dios, los unos a los otros y, cumplida la ley de gracia, gozará el individuo y gozará el Cuerpo Social cuanta felicidad es posible en el planeta donde, por sus inescrutables designios, quiso colocarnos la providencia.
Carta abierta a Antonio Carbajal y Álvarez de Toledo
La Parroquial Berciana
Respetable y muy seños mío: El objetivo principal de esta humilde carta, un tanto inoportuna debido a que mis ocupaciones me lo impidieron, es felicitarle con la mayor efusión y sinceridad por el artículo que tuvo Vd. El honor de escribir en la Parroquial Berciana de esta histórica Villa, titulado: ¿Dónde está la igualdad?
Al final de su artículo famoso, gemelo de otros por Vd. Escritos, tuvo la gentileza de oprimir el timbre de alarma, invitando a otros escritores más versados que pudieran surgir para que desmenuzasen con más profundidad el tema por usted desarrollado con indiscutible y bien merecido éxito.
He visto con pena que su invitación no ha sido correspondida por ningún escritor docto en tan complicado tema.
El que suscribe, autor de esta atrevida y tosca carta que me permito dirigirle, sin que tenga el honor de que usted conozca a su humilde persona, tiene el honor de manifestarle que a pesar de mi osada libertad no me doy por aludido como tal escritor, porque reconozco que carezco de la cultura necesaria para estas lides. No obstante, convencido de que de la discusión sale la luz, y presumiendo un poco quizás de “escribidor”, sin permitirme el lujo de emplear términos científicos ni filosóficos, porque los desconozco por completo. Mi espíritu, un tanto renovador, enardecido con algunas dosis de “quijotismo”, me empujó a esta atrevida y temeraria empresa.
Con el permiso del Sr. Redactor de la Parroquial Berciana que tan dignamente dirige, y respetando las ancianas y venerables canas del señor Carbajal, allá va mi opinión sobre la Igualdad Ignorada.
Aunque en parte discrepo de su respetable modo de pensar; en algunos párrafos y pasajes de este tema por usted desarrollado hay muchas lecciones por aprender. Los que temen al Comunismo, al Socialismo y a la Igualdad, deberían de aprender de memoria esas sublimes lecciones por usted apuntadas y practicarlas todos los días y en todos sus actos, modernizando con una comprimida dosis de humanidad su espíritu arcaico lleno de avaricia y egoísmo. Con tan sencillo y humano procedimiento cumplirían con las sublimes doctrinas de Jesucristo. Sus almas, si es que las tienen, dejarían de ser “leónicas” con sus semejantes. Operando en su espíritu este cambio9 milagroso, todos nos consideraríamos hermanos, desaparecería el prejuicio de distinción de castas. En una palabra, reinaría la paz y seríamos más felices; y como es natural, arrancada de raíz la avaricia y el egoísmo en todas las mentes atrofiadas, resplandecería fastuosa la Justicia. En los míseros hogares amainaría pacífica la tempestad. Con este ideal en marcha no tendrían razón los Socialistas y Comunistas para pedir, como hoy lo hacen la mayoría con verdadera justicia, pan y cultura para sus famélicos y harapientos hijos, ni se harían ilusiones por la posible igualdad.
Mi humilde opinión es que la igualdad se implante en las Escuelas y Universidades, para que todos los ciudadanos adquieran la cultura tan necesaria y, por desgracia, de la que la mayoría de los españoles carecemos, de es tan preciada joya; base sólida de la comprensión y el progreso de los pueblos y arma poderosa para hacer frente a los mercaderes del sudor ajeno y para poder sortear sin sobresaltos todos los azares de esta inicua vida terrenal.
Respetándonos y haciéndonos respetar como buenos hermanos, todos viviremos a costa de nuestro trabajo material, científico o intelectual; de esta forma nos emanciparíamos de nuestro propio esfuerzo y sin explotar el sudor de nuestros semejantes tendríamos una vida más humana y un porvenir más tranquilo para nuestra vejez. Esta es la Igualdad de mi ideal y no la de muchos ilusos suicidas que pretenden imponernos por la fuerza. Sin examinar ni recapacitar su deplorable y libertina vida pasada, para muchos causa de sus tan pregonadas desdichas, siendo estos los que más vociferan pidiendo la igualdad. En ese caso yo digo como usted, Sr. Carbajal. Antes de darle a muchos gandules el sudor de los demás, habría que hacerles presentar cuentas claras de “HABER” Y “DEBE” de su vida depravada, zángana y libertina.
Para terminar, y para que juzgue como parezca a este humilde ciudadano tachado de “jabalí”, con toda la fuerza de mis pulmones y con todo frenesí, pido, para todos los españoles amantes del orden y del progreso: ¡Igualdad en las escuelas!¡Igualdad en la justicia!¡Compasión para los jorobados!¡Desprecio para los que siempre abrigaron en sus espíritus el ansia de jorobar, sin practicar los Diez Mandamientos de la Ley de Dios!
¡Vivan las sublimes doctrinas del crucificado Jesucristo!¡Vivan también todos los ciudadanos que las practiquen con sinceridad, dando de comer al hambriento, sin explotar a los que extraen de las entrañas de la tierra el tan necesario pan nuestro de cada día! Y por último, ¡vivan los que trabajan sin desvelo y aportan su grano de arena al bien de la humanidad!
En la esperanza de que usted y los amables lectores sabrán dispensarme las faltas de respeto que sin darme cuenta pueda haber incurrido, me reitero de usted atto. Y afmo. A.s.q.e.a.m.
Firmado: Emilio Silva Faba
CON MOTIVO DE UNA CARTA ABIERTA- AL SEÑOR EMILIO SILVA FABA
Con sumo gusto y con el detenimiento que merece he leído la interesante “Carta abierta” que Don Emilio ha tenido a bien dedicarme en la Parroquial Berciana; y, desde luego, me complazco sobremanera, en dedicar a dicho señor en señal de agradecimiento, estas breves líneas, contando con la benevolencia de mi querido amigo, el Sr. Director de la referida Parroquial.
Aún cuando no tengo el honor de conocer a don Emilio Silva, veo y reconozco, a juzgar por las atinadas observaciones, juicios y razonamientos que le sugiere mi artículo ¿Dónde está la igualdad?; que es persona de muy buen criterio y, por lo tanto, discurre con lógica y buen sentido acerca del aludido tema, inspirado en la sublime doctrina del Evangelio.
Manifiesta el Sr. Silva, en los comienzos de su carta, su convencimiento de que de la discusión sale la luz; pero, como lo mismo él que yo, por lo que veo, somos de la misma opinión con respecto a la Igualdad, bajo el punto de vista Cristiano, no hay ni puede haber, en este caso, discusión de ningún género. ¿Qué más luz que la que brota de la Verdad Evangélica?
Acerca de las injusticias, desigualdades y odiosos privilegios que vemos en el mundo, bastante más y mejor que lo que yo pudiera decir, lo dice el poeta Bartolomé Leonardo de Argensola en el siguiente soneto que encierra un profundo sentido filosófico:
¿Dime, Padre Común, pues eres justo,
porque ha de permitir la Providencia
que, arrastrando pasiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal a gusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que robusto,
hace a sus leyes firme resistencia,
y que el celo que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo,
del triunfo, en injusto regocijo.
Esto decía yo cuando viendo
Celestial ninfa apareció y me dijo:
¡Ciego! ¿Es la tierra el centro de las almas?
Sólo me queda por decir que mucho agradeceré a Don Emilio Silva su efusiva felicitación por mi citado artículo, agradeciéndole, a la vez, las muestras de consideración que me da en su “Carta abierta”, la cual, aunque no fuese sino por esto, no he querido dejar sin contestación.
Antonio Carvajal Álvarez de Toledo, 9 de octubre de 1932