12 de octubre de 1989.
Restaurante Praga en la calle Arbat de Moscú Fiesta de Nacional España
Un momento extraño. Faltaba menos de un mes para la caída del muro de Berlín y los cambios políticos en Alemania del Este estaban acelerando el proceso. La embajada española en Moscú ofrecía su fiesta anual, del 12 de octubre, en un conocido restaurante de la capital soviética.
Llevábamos algo más de un mes estudiando Economía Cooperativa en Perlovskaya, una especie de ciudad dormitorio a quince kilómetros de Moscú. El instituto en el que residíamos y recibíamos las clases estaba repleto de estudiantes de medio mundo; toda la esfera del CAME, el mercado común soviético, y buena parte de lo que entonces se llamaba "tercer mundo". Aprendíamos a crear cooperativas al tiempo que el capitalismo regresaba en esa forma jurídica con las primeras empresas que no eran propiedad del Estado desde 1917.
Nos habían dicho que fuéramos a la fiesta de la embajada, que era un buen lugar de encuentro con gente de la colonia española. Al entrar en el restaurante Praga, en la famosa calle Arbat, el embajador español recibía a cada invitado. En un amplio salón había grandes mesas repletas de jamón, tortilla española, vino de Rioja o Jerez.
Nuestra estancia iba a ser de tres meses y con un puñado de dólares en el bolsillo teníamos una economía saneada. Pero había estudiantes españoles que permanecerían seis años; el primero estudiando español y luego los cinco para tener una licenciatura. Muchos llegaban sin recursos familiares.
Cuando se abrió paso al picoteo algunos estudiantes llevaban preparada una operación de captación de jamón, vino y algunas otras viandas que iban encorchando o envolviendo y que guardaban en sus mochilas de estudiantes.
Las becas soviéticas permitían pocas alegrías. Para quienes no militaban en un partido comunista en sus países el importe era algo menor que para quienes mostraban su carnet y recibían un pequeño aumento en su estipendio.
Cuando la operación de captura de comida española se relajó comenzamos a hablar con algunas personas. Nosotros éramos recién llegados, el 9 de septiembre, y en seis semanas regresaríamos a casa; teníamos tres meses para conocer aquella realidad dura y áspera, en la que habíamos aterrizado después de leer algunos ejemplares de la selección de historias de la asociación hispanosoviética. Eran una especie de selección del Reader's Digest en los que te contaban historias armoniosas e idílicas de lo que te esperaba al visitar la Unión Soviética.
Fuimos conociendo a algunos estudiantes españoles pero la curiosidad nos arrastró pronto hacia la gente mayor que había en la fiesta. Aparecen en la foto. Niños y niñas de la guerra que cincuenta años después de haber embarcado en España seguían manteniendo esos estrechos vínculos emocionales con el país que les vio nacer y al que algunos ansiaban volver, algo muy difícil con una pensión soviética y el alza de precios de la economía española desde la crisis de los 70.
La conversación con ellos fue muy interesante y emocionante. Los había que habían trabajado en el circo permanente de Moscú o habían sido eminencias en la ingeniería soviética. Algunos tenían hijos que se habían instalado en España y eran su puente para el regreso.
Hablamos de la guerra, de la Segunda República, de la dictadura franquista y de lo difícil que la guerra española y la mundial habían puesto sus vidas.
En estos años de democracia algunos presidentes del Gobierno los visitaron en Moscú (Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero). Prefirieron mantener con ellos charlas nostálgicas en vez de políticas. Y cuando regresaban al Palacio de la Moncloa ninguno escribió en un Boletín Oficial del Estado una reparación que les permitiera regresar a casa o mejorar su nivel de vida tras el daño que les supuso la expulsión del franquismo.
Sirvan estas líneas y esta fotografía, cuando uno de ellos se sentó al piano y comenzamos a cantar canciones de la guerra, como homenaje para esos hombres y mujeres que huyeron de un país en llamas que estaba a punto de carbonizar biografías y familias como las suyas. Fueron acogidos en la Unión Soviética con generosidad, pero el regreso de la democracia a España no supuso para ellos ningún camino de vuelta a casa. Para muchos de ellos nunca cayó el muro del franquismo.
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