jueves, 25 de noviembre de 2021

FELIPA: UNA MUJER MALTRATADA QUE LEVANTÓ LA VOZ CUANDO LAS INSTITUCIONES NO LA PROTEGÍAN

Buscando en un peculiar baúl de los recuerdos, después de comprar un lector de disquettes de 3'5 pulgadas, encontré el texto de esta historia de una mujer maltratada que publiqué, cuando no existía debate público sobre la violencia machista y miles de historias como las de Felipa ocurrían con un silencio cómplice, sin apoyo de las instituciones, sin atención política, con un terrible silencio social. Felipa fue muy valiente al dar la cara cuando no existía ningún apoyo innstitucional que la protegiera. A partir del reportaje mi madre me piió su teléfono y quedó con ella algunas veces para tomar café y charlar, como una forma de solidarizasrse con ella y reconocer su lucha personal.

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La de Felipa es una historia que viven constantemente decenas de miles de mujeres españolas. Durante dos largas y duras décadas soportó un calvario en el que casi a diario era maltratada por su marido, que sin ton ni son le propinaba palizas que llegaron a causarle fracturas de huesos en repetidas ocasiones.
Se casó embarazada a los veinte años, con un joven de su pueblo que por aquel entonces realizaba el servicio militar. Durante su noviazgo él fue muy respetuoso y amable con ella. Pero poco tiempo tuvo que esperar, tras su matrimonio, para pasar de las mieles a las hieles. A los quince días de estar casados se produjo la primera agresión: "Me gritó por algo que no recuerdo. Entonces yo me puse a llorar. El me preguntó que por qué lloraba. Yo le contesté que por nada. Me dijo que me iba a dar dos hostias para que tuviera razones para llorar. Y aquella fue la primera paliza".
Así comenzó a adentrarse por una espiral de terror. Casi a diario su marido la maltrataba. "Las palizas me las daba sin ton ni son. De repente se le cruzaban los cables y comenzaba a pegarme. Al principio pensé que aquello sería pasajero, que ya se arreglaría, pero poco a poco me fui dando cuenta de que no tenía solución". Durante muchos años tuvo que inventar excusas ante sus vecinas para explicar los moratones de sus ojos, o sus dificultades para mover una articulación. "Les contaba que me había caído limpiado la cocina o que me había dado un golpe con algo. Ellas me decían: Pues vaya caída! Y yo creo que no se enteraban de lo que ocurría, o eso me pareció a mí".
En el transcurso de esos años vinieron al mundo cuatro hijos. El mayor fue el único maltratado por el padre. "Le decía que le llevase algo a la tienda y como tardara un poco, le pegaba. Una vez llegó incluso a darle con una vara de hierro y yo creí que lo mataba". El resto de los hijos conocieron el miedo, un miedo que se condensaba en la idea de que su madre pudiera morir a causa de una de aquellas agresiones.
Siempre trató de ocultar aquella situación. Pero algunas personas se dieron cuenta de lo que ocurría y le aconsejaron que se separara de su marido, que ninguna persona tenía que algo así. "No sé si estaba enamorada o qué, pero yo seguí aguantando durante veinte años. Ahora me doy cuenta de que quizás debería haberlo dejado al poco tiempo de comenzar nuestro matrimonio. Pero una vez que casi lo intenté tuve algunas presiones familiares que me sugirieron que no lo hiciera".
Así aguantó y aguantó, a causa del pánico. Hasta que un día la agresión fue extremadamente brutal. "Ese día nada más llegar a casa me dijo que le preparase la cena. Yo le contesté que esperara un momento, que estaba planchando y todavía tenía que acostar a los niños. Entonces empezó a gritar me y a darme. Y me dio tantos golpes que me rompió el tabique nasal y un brazo. Después salió a la calle y no volvió en toda la noche". Pero ni si quiera aquella brutal paliza hizo que moviera un dedo contra su marido. Fue uno de sus hijos el que le dijo: "O pones tú la denuncia o la pongo yo".
Llegó a la casa de socorro acompañada por uno de sus hermanos y su cuñado. Cuando el médico de guardia vio en qué estado se encontraba les dijo a sus acompañantes: "Llega así una hermana mía o una familiar y al que se lo hubiera hecho lo rajo de arriba a abajo". Además de las fracturas, su cuerpo mostraba numerosas contusiones, muchas de ellas no podían verse a través de una radiografía, pero estaban dentro de ella.
Seis meses más tarde intentaron una reconciliación a través de su asistencia a una psicoterapia. "Después de seis sesiones él no quiso volver. El psicólogo me dijo que mi marido era un enfermo mental y que no tenía cura porque no podía volver a nacer". Así que finalmente se separaron. Pero hasta en la separación fue económicamente maltratada. El matrimonio tenía algunas propiedades, entre ellas una ferretería que les daba bastante dinero. Obsesionada porque terminara todo lo concerniente a aquella relación le entregó las propiedades.
Su marido sólo podía entender que ella le hubiera dejado por otro hombre. "Me seguía por la calle y llegó incluso a pincharme el teléfono. Cuando mi hijo pequeño iba a verle él le ponía cintas con conversaciones que yo había tenido con alguno de mis hermanos". Cinco años después de la separación, sufrió otra agresión de su ya ex marido. "Una noche llegaba yo del trabajo y estaba aparcando el coche. Sin que me diera cuenta el apareció junto a la puerta del copiloto, la abrió y se sentó a mi lado. Me dijo que me quería, que no podía vivir sin mí. Yo le rechacé y entonces comenzó a pegarme puñetazos". Aquella fue la causa de la segunda denuncia que en veinte años de palizas casi diarias, ponía su marido.
Ahora, a sus 52 años, sólo quiere recuperar algunos derechos patrimoniales para sus hijos. "Es una vergüenza que yo haya estado veinte años trabajando para sacar el negocio adelante, viviendo como he vivido y que encima el me pase sólo 37.000 pesetas por el hijo pequeño quedándose con lo que se ha quedado".
Sobrevive gracias a la ayuda familiar que le ha quedado después de haber cobrado el paro. Aunque tiene poca confianza en la justicia, intenta luchar por algo que le pertenece por derecho y así salvar, del naufragio de su vida, una mínima seguridad que le permita recobrar la calma que durante tantos años no ha conocido.
Revista Vera 15 de mayo de 1995