lunes, 18 de octubre de 2021

USO Y ABUSO DE LAS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA

Publicado en eldiario.es el19 de julio de 2014 @Emilio_Silva_

La exposición pública de las víctimas de ETA permitía continuar ocultando a las víctimas de la dictadura, que esperaban a un Estado democrático que garantizase sus derechos

En los primeros años de la Transición (cuando recuperábamos la democracia) el Partido Popular (entonces Alianza Popular) no podía utilizar el pasado como argumento para su legitimidad democrática. Teniendo como fundador a Manuel Fraga, ministro de la dictadura, debía mirar hacia el futuro.



Mientras la élite franquista blanqueaba su biografía, para convertirse en élite democrática, el ambicioso Fraga fracasó en sus repetidos intentos por llegar a la Moncloa, incapaz de aceptar que la sociedad no quería un presidente del Gobierno que hubiera sido dirigente en el franquismo.

Así que la derecha española, herida por varias derrotas electorales, decidió llevar a cabo una gran operación cosmética. En el congreso de enero de 1989, sueltan lastre del pasado y Alianza Popular se refunda en el Partido Popular. Al mismo tiempo llevan a cabo un cambio generacional; aparece un nuevo líder, José María Aznar, en ese momento presidente de la Junta de Castilla y León.

El partido pasó a definirse como fuerza de centro liberal, a pesar de que Aznar había sido durante su juventud militante del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES), una organización estudiantil que posteriormente se transformó en el partido Falange Española Independiente (FEI). Encontró su legitimidad biográfica en el espíritu de la transición, donde "todos renunciaron a algo" e incluso llegó a definirse como el heredero de la Unión de Centro Demóicratico (UCD) de Adolfo Suárez.

Aznar, como líder del PP, no consigue ganar las elecciones generales ni en 1989 ni en 1993; la mayoría electoral no se considera preparada para ver a la derecha en el gobierno central. Pero el 19 de abril de 1995 sufre un atentado por parte de ETA, del que sale ileso gracias a viajar en un vehículo blindado. Tras ese hecho, la imagen pública del líder popular cambia.

Es a partir de ese momento cuando el Partido Popular da un giro a su interpretación de la violencia de ETA. De su oposición a ella puede nacer la legitimidad que necesitaban para que la sociedad considerase que se trata de una fuerza política de arraigo democrático. Como consecuencia, la relación del PP con la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) se intensifica y los populares comienzan la construcción de una figura hegemónica, según la cuál, un demócrata es quien ha sido víctima de ETA o condena públicamente su violencia.


Ser víctima de un delito violento no tiene nada que ver con el hecho de ser demócrata, porque para serlo hay que sostener y defender principios democráticos. Pero José María Aznar y su partido planificaron la construcción social de esa asociación de conceptos. Eso les permitía aglutinar su arcaica idea de la unidad del Estado, combatir una anti España que le movilizaba voto, y legitimarse. En ese proceso llegaron incluso a condecorar a Melitón Manzanas, uno de los más sanguinarios torturadores de la dictadura, que fue asesinado por ETA.

La exposición pública de las víctimas de ETA permitía continuar ocultando a las víctimas de la dictadura, que esperaban a un Estado democrático que garantizase sus derechos. Más de cien mil familias ansiaban la llegada de un Gobierno que reabriera las fosas, cerrara las heridas y devolviera a los más de cien mil desaparecidos su buen nombre y un lugar digno en el que reposar.

Cuando un ciudadano es víctima de la violencia, las instituciones deben mirar el daño que ha sufrido y poner en marcha la atención precisa, al tiempo que se produce la intervención policial y judicial. Esa asistencia no puede depender del discurso político del agresor ni del de la víctima; debe ser un derecho apartidista e indiscriminado.

Pero el PP ha establecido durante sus años de gobierno una jerarquía en la atención de las instituciones que tiene que ver directamente con su ideología. Durante años hemos visto cómo las víctimas de la AVT recibían un trato preferente con respecto al de otras organizaciones como la que preside Pilar Manjón. Es una clara prevaricación humanitaria, consistente en diseñar sus políticas de atención a quienes han sufrido delitos violentos desde sus intereses de partido.

Hasta ese punto, la hermana de Miguel Ángel Blanco, María del Mar, actual presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, ofreció un discurso en el décimo séptimo aniversario del asesinato de su hermano en el que agradeció al Partido Popular su política antiterrorista.


En el artículo tercero de sus estatutos el PP se declara soidario con las víctimas de la violencia de cualquier signo. Pero en sus años de Gobierno jamás ha movido un dedo por reparar a las víctimas de la dictadura. Se trata de una cuestión compleja porque, independientemente de que algunos de sus miembros justifiquen el franquismo, supone criminalizar a sus padres fundadores. Su actitud ha sido la de crear excusas, alguna tan manida y repetida como la de que dar una sepultura digna a una víctimas de la dictadura reabre heridas. Por su parte, el PSOE también ha acompañado al PP en esa política discriminatoria, en parte por inercia y en parte por la culpabilidad de no haber hecho nada por las víctimas del franquismo durante los gobiernos de mayorías absolutas de Felipe González.

En esa construcción, el PP llegó a convertir en la prueba de la cultura democrática de un partido o individuo la condena de la violencia de ETA. Se trata de un falso silogismo, porque el rechazo de esa violencia lo pueden haber practicado en estos años miles de torturadores franquistas, miembros de grupos de extrema derecha y otros colectivos que desprecian la democracia. Y además un ejercicio de doble moral. En el verano de 2013 el alcalde de la localidad lucense de Baralla, el popular Manuel González que aseguró en un pleno municipal que "los que fueron fusilados por el franquismo se lo merecían". A este militante que justificaba la desaparición forzada de 113.000 civiles el PP no loe pidió una condena de la dictadura. Cuando desde algunos ámbitos se pidió su dimisión él aseguró que "el partido ya me ha perdonado".

Más doble moral; mientras el PP ha tratado de sacar del juego político a quienes no condenaban la violencia de ETA, financiaba con dinero público del a la Fundación Francisco Franco (Ministerio de cultura 2000 ), sostenía monumentos a dirigentes franquistas, responsables de los peores crímenes que hemos conocido, o apoyaba acciones militares que han causado la muerte a miles de civiles.



De toda esa intervención en la cultura política surge la reacción del con respecto a la afirmación de Pablo Iglesias de que el terrorismo de ETA tiene "explicaciones políticas". Las declaraciones en las que Esperanza Aguirre le dice a Podemos que entregue el dinero que le sobra del crowdfounding que ha hecho para demandarla, a las víctimas, forma parte de esa cultura del PP que ha visto la financiación a ciertas víctimas como la forma de adquirir pedigrí democrático.

Pero el final de la violencia de ETA y los cambios que está generando la crisis han cambiado la realidad.La raya que dibujó Aznar durante sus años de mayoría absoluta, a partir de la cual quienes no estaban con él no merecían el nombre de demócratas, se diluye. Su instrumentalización de las víctimas de ETA queda patente ante su abandono de los desaparecidos de la dictadura o su política de desprotección de las mujeres que sufren la violencia machista. Igual que sus condenas de la violencia, que nunca han alcanzado a una de las dictaduras más sangrientas del mundo.

El PP ha utilizado política y partidistamente las consecuencias de la violencia de ETA. Así se explica su intento de modificar la autoría de los atentados del 11M de 2004, convencidos de que tenían la mayoría pero si sostenían su versión de los hechos hasta el día de las elecciones, tendrían la mayoría absoluta garantizada. Por eso resulta evidente su sobreactuación cuando alguien afirma que existen explicaciones políticas al respecto, como si sus dirigentes no hubieran hecho política con los efectos de la violencia.

Pero el marco se desfigura y lo que durante un tiempo fue un instrumento de persecución inquisitorial (basta recordar la campaña contra Julio Medem por su documental La pelota vasca) se desactiva por el cambio de contexto. Los límites políticos que establecieron los padres de la transición se desdibujan. Cada vez es más evidente que en la trastienda de la política institucional se priorizaban los privilegios y prebendas de la oligarquía. Por eso, cuando ese sistema político nos ha traído hasta esta crisis, sus herramientas se han mostrado inútiles para proteger socialmente a la ciudadanía.


La derecha española se encuentra en una encrucijada. Sus cimientos liberales se desmoronan y el uso que ha hecho de las consecuencias de la violencia terrorista ya no sirven para abatir adversarios. Con los efectos de la crisis, la sociedad ha adquirido otras prioridades y desde el partido que gobierna y genera sufrimiento social ya no es posible movilizar contra otros con la fuerza con que lo hacían antes.

El PP necesita construir nuevas herramientas políticas que realmente operen en la sociedad. Sus reiterados intentos por reabrir el debate acerca del terrorismo han sido infructuosos. En estos momentos no son capaces de apreciar que su crisis va más allá del descontento que generan sus políticas económicas y sociales. El desmoronamiento electoral del PSOE supone también un cambio que deben elaborar. Es posible que necesiten su regreso a la oposición para llevar a cabo una reflexión colectiva que les obligue a romper los viejos lazos y a terminar con la instrumentalización de las víctimas del terrorismo. Mientras tanto, intentan convertir a Pablo iglesias en esa antiespaña que hasta ahora movilizaba su voto. Pero el cambio social generado por la crisis ha sido enormemente profundo y es posible que no sean capaces de verlo hasta que un resultado electoral lo saque a la superficie.


FIN

martes, 12 de octubre de 2021

MOSCÚ: 12 DE OCTUBRE DE 1989. UNA "FIESTA NACIONAL" CON LOS NIÑOS DE LA GUERRA

12 de octubre de 1989.
Restaurante Praga en la calle Arbat de Moscú Fiesta de Nacional España


Un momento extraño. Faltaba menos de un mes para la caída del muro de Berlín y los cambios políticos en Alemania del Este estaban acelerando el proceso. La embajada española en Moscú ofrecía su fiesta anual, del 12 de octubre, en un conocido restaurante de la capital soviética.

Llevábamos algo más de un mes estudiando Economía Cooperativa en Perlovskaya, una especie de ciudad dormitorio a quince kilómetros de Moscú. El instituto en el que residíamos y recibíamos las clases estaba repleto de estudiantes de medio mundo; toda la esfera del CAME, el mercado común soviético, y buena parte de lo que entonces se llamaba "tercer mundo". Aprendíamos a crear cooperativas al tiempo que el capitalismo regresaba en esa forma jurídica con las primeras empresas que no eran propiedad del Estado desde 1917.

Nos habían dicho que fuéramos a la fiesta de la embajada, que era un buen lugar de encuentro con gente de la colonia española. Al entrar en el restaurante Praga, en la famosa calle Arbat, el embajador español recibía a cada invitado. En un amplio salón había grandes mesas repletas de jamón, tortilla española, vino de Rioja o Jerez.

Nuestra estancia iba a ser de tres meses y con un puñado de dólares en el bolsillo teníamos una economía saneada. Pero había estudiantes españoles que permanecerían seis años; el primero estudiando español y luego los cinco para tener una licenciatura. Muchos llegaban sin recursos familiares.

Cuando se abrió paso al picoteo algunos estudiantes llevaban preparada una operación de captación de jamón, vino y algunas otras viandas que iban encorchando o envolviendo y que guardaban en sus mochilas de estudiantes.

Las becas soviéticas permitían pocas alegrías. Para quienes no militaban en un partido comunista en sus países el importe era algo menor que para quienes mostraban su carnet y recibían un pequeño aumento en su estipendio.

Cuando la operación de captura de comida española se relajó comenzamos a hablar con algunas personas. Nosotros éramos recién llegados, el 9 de septiembre, y en seis semanas regresaríamos a casa; teníamos tres meses para conocer aquella realidad dura y áspera, en la que habíamos aterrizado después de leer algunos ejemplares de la selección de historias de la asociación hispanosoviética. Eran una especie de selección del Reader's Digest en los que te contaban historias armoniosas e idílicas de lo que te esperaba al visitar la Unión Soviética.

Fuimos conociendo a algunos estudiantes españoles pero la curiosidad nos arrastró pronto hacia la gente mayor que había en la fiesta. Aparecen en la foto. Niños y niñas de la guerra que cincuenta años después de haber embarcado en España seguían manteniendo esos estrechos vínculos emocionales con el país que les vio nacer y al que algunos ansiaban volver, algo muy difícil con una pensión soviética y el alza de precios de la economía española desde la crisis de los 70.

La conversación con ellos fue muy interesante y emocionante. Los había que habían trabajado en el circo permanente de Moscú o habían sido eminencias en la ingeniería soviética. Algunos tenían hijos que se habían instalado en España y eran su puente para el regreso.

Hablamos de la guerra, de la Segunda República, de la dictadura franquista y de lo difícil que la guerra española y la mundial habían puesto sus vidas.

En estos años de democracia algunos presidentes del Gobierno los visitaron en Moscú (Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero). Prefirieron mantener con ellos charlas nostálgicas en vez de políticas. Y cuando regresaban al Palacio de la Moncloa ninguno escribió en un Boletín Oficial del Estado una reparación que les permitiera regresar a casa o mejorar su nivel de vida tras el daño que les supuso la expulsión del franquismo.

Sirvan estas líneas y esta fotografía, cuando uno de ellos se sentó al piano y comenzamos a cantar canciones de la guerra, como homenaje para esos hombres y mujeres que huyeron de un país en llamas que estaba a punto de carbonizar biografías y familias como las suyas. Fueron acogidos en la Unión Soviética con generosidad, pero el regreso de la democracia a España no supuso para ellos ningún camino de vuelta a casa. Para muchos de ellos nunca cayó el muro del franquismo.