miércoles, 11 de abril de 2018

CRISTINA CIFUENTES Y LA UNIVERSIDAD: LA CORRUPCIÓN ANIDA DONDE TIENE NIDOS

Estaba estudiando tercero de Sociología y al recibir la nota de una asignatura consideré la calificación tremendamente injusta. Solicité la revisión del examen y una mañana el catedrático me citó en su despacho. Cuando entré tenía mi examen sobre la mesa con algunas anotaciones. La primera que me enunció para justificar mi baja calificación era que me había inventado una gráfica. Le dije que la había sacado de su libro, porque era su libro el texto obligatorio para sus alumnos y me respondió que no tuviera cara. Le dije que no tenía el libro en clase y casualmente tampoco lo tenía él. Le dije que si esperaba unos minutos bajaba a por un ejemplar a la biblioteca y cuando lo hice el profesor no sabía dónde meterse. La gráfica de marras estaba en una página que arriba a la derecha tenía impreso su nombre. Repasamos el resto del examen, cambió mi calificación y me pidió que no contará el incidente a la clase. 
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Hace apenas tres años una de las personas más brillantes que he conocido se preparaba una plaza en una importante universidad. Es un científico brillante, habla idiomas, publica en revistas de impacto, ha dado clases en universidades extranjeras y es una persona que tendría mucho que aportar como investigador y mucho que enseñar como profesor. Un día le pregunté cómo llevaba la preparación para presentarse a la plaza y me respondió que bien pero que no tenía nada que hacer, que la plaza estaba preparada para el sobrino de un catedrático. Le propuse que hiciéramos algo para denunciarlo o al menos para poner el foco en la prueba y que les fuera más difícil el apaño de la plaza, pero me dijo que no quería enemistarse con el departamento. La ley del silencio.

La mirada ética que supuso el 15M ha ido escaneando el poder político, el poder judicial, algunas instituciones como la jefatura del Estado, pero ha dejado algo de lado, uno de los grandes poderes del Estado, el académico. 

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Cuando vemos el escándalo ocurrido con el inexistente máster de Cristina Cifuentes podemos explicar con relativa facilidad la parte política que le corresponde a la Comunidad de Madrid, a esa soberbia de ciertos políticos de pisotear a la gente, de considerarse con derecho a lo que sólo debe ser otorgado con mérito y con esfuerzos. Pero más allá del futuro político de Cifuentes y del futuro académico de sus cooperadores necesarios, también estamos ante una excelente oportunidad para abrir un profundo y necesario debate acerca de la universidad, con sus puertas de entrada para el profesorado, su endogamia feudal y sus inercias arraigadas en el erial académico del franquismo.
En las universidades norteamericanas existe una regla no escrita según la cuál la persona que estudia un doctorado y prepara una tesis doctoral es mejor que no ejerza la docencia en la misma universidad en la que lo lleva a cabo. La movilidad académica es una forma de prevención de relaciones informales, que son las dominantes en la universidad española y que lastran su modo y su deber de divulgación y elaboración del conocimiento y apertura a la meritocracia. 

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Como en otras esferas públicas que han mostrado sus contradicciones y han recibido críticas de la ciudadanía, la universidad española continúa sembrada de hábitos seculares porque en ella, como en otros ámbitos institucionales, no hubo ruptura y la transición dejó intactas su inercias entre otras cosas para tener y obtener su complicidad que conviviera con la impunidad de la dictadura y contribuyera a esconder desde los despachos de las universidades las violaciones de derechos humanos de la dictadura, el silencio en torno a sus crímenes y el blanqueamiento de las biografías de miles de dirigentes del franquismo.   
La proliferación de campus universitarios en los años 80 y 90 fue diseñada con las mismas relaciones clientelares con las que un ayudante trabaja durante años para un titular o un catedrático que en esa dinámica le terminará por abrir un hueco que le permitirá poner un pie en una plaza y consolidarse profesionalmente hasta repetir el mismo método. Los políticos que inauguraban campus en los que comenzaban las clases, a veces sin que hubiera biblioteca, con una hermosa foto electoral, buscaron en muchos casos en sus partidos, entre sus fieles funcionarios de las instituciones y en otros ámbitos informales al profesorado que tenía que aparecer con urgencia en el vigésimo campus que debía inaugurar un presidente autonómico. 

El deterioro social que generan los casos de enchufismo, favoritismo y amiguismo universitario, en diferido o en forma de simulación, es terrible, porque determina dónde tiene su horizonte el proyecto colectivo que conforma una sociedad. La fidelidad requerida en amplios sectores de la universidad española convierte a nuestra academia, salvo en honrosas excepcionas que evidentemente las hay, en un instrumento que reproduce conocimiento y tiende a no producirlo, entre otras cosas por esa imposibilidad académica de "matar al padre" si se quiere encontrar un hueco en un despacho o aspirar a heredar su sillón vitalicio.

Cuando me licencié en Sociología Política e hice un repaso de mis profesores concluí que de los algo más de 30 que había tenido salvaba a seis o siete. Durante los años de estudio en la universidad, a menudo comentábamos en clase que nos gustaría sacar a todo el profesorado de la facultad y hacerle un examen de su asignatura, para volver a la docencia y alguien siempre añadía que muchos no se presentarían. 

Entiendo que la Universidad ha cambiado en estos años, hay mas profesorado bien cualificado, pero sus métodos de selección siguen siendo en numerosos casos opacos, con mucho trabajo de pasillos, moquetas y despachos y esa es la explicación por la que mucha gente brillante en nuestro país no tiene acceso a la docencia en sus aulas. Conozco unas cuántas personas muy formadas, que hablan idiomas, que investigan sin cesar y que no han conseguido romper el muro de plomo que a menudo separa el conocimiento útil y necesario de la preferida selección de uno de los nuestros. Conozco algunas excepciones que han llegado a procesos de selección con currículums tan aplastantes que no han podido negarles la plaza, pero luego han pasado años sin que gente del departamento al que accedían les dirigiera la palabra por haber "robado" un puesto que estaba preparado a la medida de alguien de dentro. 

Lo que ha ocurrido en el caso Cifuentes es la punta de un enorme icebrg que provoca la repetición, año tras año, de la baja puntuación de nuestras universidades en los rankings internacionales. Eso no quiere decir que en la Academia no haya gente brillante, docentes maravilloso capaces de generar los efectos que una buena universidad debe ejercer sobre el alumnado. Lo que hace es que mucha gente que podría aportar cantidad de conocimiento a la docencia sigue desterrada de la academia, en los márgenes del sistema universitario o en campus que están a miles de kilómetros. Esa realidad es una forma de corrupción y malversación de fondos públicos; un nido donde algunos rectorados han participado de malos métodos de contratación y de uso nepotista de los recursos; un lugar donde ocurren cosas como el máster de Cifuentes o se venden como másteres programas de formación que no son más que refritos de los cursos universitarios pero sirven para sostener económicamente ese sistema.

Convendría aprovechar este momento para abrir un serio debate sobre la universidad y terminar con la oscuridad de sus métodos de selección de personal, abriendo sus plazas de docencia a un sistema de oposiciones igual de competitivo, transparente y abierto como el que se aplica en los otros niveles de la enseñanza donde un director de departamento de un centro de enseñanza media es muy probable que no conozca antes de opositar a ninguno de sus compañeros.