jueves, 21 de junio de 2018

DISCURSO INAUGURAL DEL VALLE DE LOS CAÍDOS DEL DICTADOR FRANCISCO FRANCO. Y LO LLAMAN LUGAR DE RECONCILIACIÓN












El discurso oficial nos dice que el Valle de los Caídos fue construido como un lugar de reconciliación. Pero si se lee el discurso del dictador Francisco Franco, en el día de su inauguración, se constata que su odió, su persecución a quienes no apoyaron su régimen de terror es palpable. Ni una grieta de humanidad hacia quienes defendieron el resultado de las elecciones democráticas de febrero de 1936. Merece la pena leer este discurso para entender el espíritu político del franquismo, el intento del dictador por mostrarse como un elegido de la predestinación divina para liderar la salvación de España.



1 de abril de 1959.
Españoles:
Cuando los actos tienen la fuerza y la emotividad de estos momentos en que nuestras preces ascienden a los cielos impetrando la protección divina para nuestros Caídos, las palabras resultan siempre pobres. ¿Cómo podría expresar la honda emoción que nos embarga ante la presencia de las madres y las esposas de nuestros Caídos, representadas por esas mujeres ejemplares aquí presentes, que conscientes de lo que la Patria les exigía, colgaron un día las medallas del cuello de sus deudos animándoles para la batalla? ¿Qué inspiración sería precisa para contar las heroicas gestas de nuestros Caídos; para poder reflejar el entusiasmo, segado tantas veces en flor, de los que con los primeros rayos del sol de la mañana caían con la sonrisa en los labios al asaltar las posiciones enemigas; o para encomiar la firme tenacidad de los defensores de los mil pequeños "Alcázares", en que se convirtieron en la Nación las residencias de las pequeñas guarniciones o las casas cuarteles de la Guardia Civil, defendidas hasta el límite de lo inverosímil contra fuerzas superiores, sin esperanza de socorro; o para ensalzar el heroísmo y el entusiasmo derrochados en las cruentas batallas libradas contra las Brigadas Internacionales para hacerlas morder el polvo de la derrota; o para enumerar los sacrificios y los heroísmos de los que en los 2.500 kilómetros de frente mantuvieron la intangibilidad de nuestras líneas; o para narrar la tragedia, no menos meritoria, de los que sucumbieron a los rigores de los durísimos inviernos, o se vieron mutilados al helarse sus extremidades bajo los hielos de Teruel o en las divisorias de las montañas; o para destacar la serenidad estoica de los mártires que frente al fatídico paredón de ejecución morían confesando a Dios y elevándole sus preces; o para exaltar la conducta de tantos sacerdotes martirizados, que bendecían y perdonaban a sus verdugos, como Cristo hizo en el Calvario; o para presentar las virtudes heroicas de tantísimas mujeres piadosas que por sólo serlo, atrajeron las iras y la muerte de las turbas desenfrenadas; o para reflejar la zozobra de los perseguidos, arrancados del reposo de sus hogares en los amaneceres lívidos por cuadrillas de forajidos para ser fusilados; o para poder describir la epopeya sublime de aquella Comunidad de frailes de San Juan de Dios que sobre una playa solitaria de nuestro Levante cayeron sesgados por las ametralladoras, mientras con sus cantos litúrgicos elevaban a Dios un grandioso hosanna?
Nuestra guerra no fué, evidentemente, una contienda civil más, sino una verdadera Cruzada; como la calificó entonces nuestro Pontífice reinante; la gran epopeya de una nueva y para nosotros trascendente independencia. Jamás se dieron en nuestra Patria en menos tiempo más y mayores ejemplos de heroísmo y se santidad, son una debilidad, sin una apostasía, sin un renunciamiento. Habría que descender a las persecuciones romanas contra los cristianos para encontrar algo parecido.
En todo el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y de milagroso. ¿De qué otra forma podríamos calificar la ayuda decisiva que en tantas vicisitudes recibimos de la protección divina? ¿Cómo explicar aquel primer legado, providencial e inesperado, que en los momentos más graves de nuestra guerra recibimos, cuando la inferioridad de nuestro armamento era patente y con el arrojo teníamos que sustituir los medios y que nos llegó, como llovido del cielo, en un barco con ocho mil toneladas de armamento, apresado en la oscuridad de la noche por nuestra Marina de guerra a nuestros adversarios? Ocho mil toneladas de material que comprendían varios miles de fusiles ametralladores, de morteros, de ametralladoras y cañones con sus dotaciones, que constituían el más codiciado botín de guerra que pudiéramos soñar y que desde entonces formó la primera base de nuestro armamento.
En aquellos momentos representaba esto mucho más que una gran batalla ganada, al restarse al enemigo aquel potencial de guerra y venir a sumarse a nuestra fortaleza. Y no es una, sino varias las veces que, al correr de nuestra campaña, se repetían los hechos providenciales que nos favorecían. ¿Y qué pensar de los desenlaces de las grandes batallas, cuyas crisis victoriosas, sin que nadie se lo propusiese, se resolvieron siempre en los días de las mayores solemnidades de nuestra Santa Iglesia?
Resultado de imagen de inauguracion valle de los caido
Concentración en la esplanada del Valle de los Caídos el 1 de abril de 1959, día de su inauguración. 
Sólo el simple enunciado de estos hechos justificaría esta obra de levantar en este valle ubicado en el centro de nuestra Patria un gran templo al Señor, que expresase nuestra gratitud y acogiese dignamente los restos de quienes nos legaron aquellas gestas de santidad y heroísmo.