martes, 9 de mayo de 2017

EL VALLE DE LOS CAÍDOS: UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE CADÁVERES

por @Emilio_Silva_

La Cadena Ser ha hecho públicas unas durísimas imágenes (seguramente filtradas por el PSOE) en las que pueden verse los restos de decenas de cuerpos de republicanos enterrados y penosamente conservados en el Valle de los Caídos. 
La gran cantidad de huesos recuerda a los memoriales de Camboya que recuerdan a las víctimas de los jemeres rojos. Camboya encabeza el triste ranking mundial en numero de fosas con desaparecidos y España ocupa el segundo puesto. 

El Valle de los Caídos es un campo de concentración de cadáveres. Algunas familias de los republicanos cuyos restos fueron trasladados allí, sin que los responsables de la dictadura lo comunicaran o solicitaran permiso, luchan sin descanso para dignificar ese lugar que todavía oculta las identidades de quienes fueron allí trasladados y ensalza la figura del responsable de la desaparición de 114.226 civiles, del exilio de 500.000 personas, de la deportación a los campos nazis de cerca de 10.000 republicanos, de la persecución y encarcelamiento de los homosexuales y de múltiples violaciones de derechos humanos. Cuarenta años de persecución por ideas. Cuarenta años de persecución por género. Cuarenta años con las urnas desaparecidas. Y cuando regresa la democracia, quienes pilotan el proceso deciden que los franquistas conserven todos sus privilegios y que las familias de los desaparecidos mantengan su dolor y su castigo. Y para ocultar esa enorme puerta giratoria por la que decenas de miles de fascistas ingresaron en la democracia, se bautiza al proceso como una transición ejemplar.

Los huesos del Valle de los Caídos, sus fracturas, sus orificios de bala causados por tiros de gracia, su fragilidad y su deterioro, son el triste y débil esqueleto de nuestra democracia. Todo ese abandono a quienes se enfrentaron al fascismo, a quienes protegían y se solidarizaban con las víctimas del terrorismo franquista, es un síntoma de nuestra precariedad democrática. La transición convirtió la dictadura en el crimen perfecto; escondió las pruebas de las violaciones de derechos humanos y siguió asustando a los testigos con el miedo y el abandono.

Así tenemos un Estado que opera todavía con las teorías de Vallejo Nágera, ese Menguele franquista que determinó que los españoles de izquierdas eran una raza inferior. Y tras cuarenta años de democracia ningún gobierno, ninguno, ha tratado a las víctimas con dignidad. Su dolor, su silencio, su falta de reconocimiento público, su abandono secular componen una deuda que mientras no se salde lastrará nuestra democracia.

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