domingo, 26 de diciembre de 2021

¡QUÉ BELLO ES VIVIR! LA PELÍCULA QUE SE SIGUE EMITIENDO SIN LOS SIETE MINUTOS QUE LE CENSURÓ EL FRANQUISMO

Ayer vi en un canal de tv marginal la película "Qué bello es vivir". De pronto, en una escena, cambia la voz del doblaje y me doy cuenta de que es un efecto de la censura de la dictadura franquista que consideró que podía contaminar a la sociedad española. La película sigue pasando y hay una nueva escena en la que cambian las voces porque pasó por ella la tijera intolerante del franquismo. 

En una de las escenas censuradas se ve al protagonista entregando a unos vecinos una casa construida por la cooperativa de viviendas que dirige. En la siguiente escena, también censurada, un trabajador del banco le explica a su jefe, el empresario usurero que se está adueñado de la ciudad, por qué tiene que aplastar esa cooperativa de viviendas que construye casas dignas a mitad de precio de las suyas. 

Esa escena le da a la película un contenido político muy fuerte; el contraste entre la cultura de la usura del capitalismo que no respeta derechos fundamentales como el de una vivienda digna y la posibilidad de dar una respuesta social que permite acceder a una buena casa a quienes el mercado deja en los márgenes. Borrarla era una forma de negar la posibilidad de que la sociedad articule otras respuestas sociales a un problema como ese. El capitalismo salvaje como único camino. 

Esta es una de las escenas censuradas en España.

La película original tiene una duración de 130 minutos, pero a la versión censurada, que se ha emitido en televisiones españolas en numerosas ocasiones, se faltan siete minutos que fueron amputados por el franquismo. 

En cuarentena y cinco años de democracia se siguen emitiendo películas censuradas e imprimiendo libros a los que les faltan páginas porque con el regreso de la democracia ningún Gobierno español ha creado un organismo que erradique los efectos de la censura. 




jueves, 25 de noviembre de 2021

FELIPA: UNA MUJER MALTRATADA QUE LEVANTÓ LA VOZ CUANDO LAS INSTITUCIONES NO LA PROTEGÍAN

Buscando en un peculiar baúl de los recuerdos, después de comprar un lector de disquettes de 3'5 pulgadas, encontré el texto de esta historia de una mujer maltratada que publiqué, cuando no existía debate público sobre la violencia machista y miles de historias como las de Felipa ocurrían con un silencio cómplice, sin apoyo de las instituciones, sin atención política, con un terrible silencio social. Felipa fue muy valiente al dar la cara cuando no existía ningún apoyo innstitucional que la protegiera. A partir del reportaje mi madre me piió su teléfono y quedó con ella algunas veces para tomar café y charlar, como una forma de solidarizasrse con ella y reconocer su lucha personal.

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La de Felipa es una historia que viven constantemente decenas de miles de mujeres españolas. Durante dos largas y duras décadas soportó un calvario en el que casi a diario era maltratada por su marido, que sin ton ni son le propinaba palizas que llegaron a causarle fracturas de huesos en repetidas ocasiones.
Se casó embarazada a los veinte años, con un joven de su pueblo que por aquel entonces realizaba el servicio militar. Durante su noviazgo él fue muy respetuoso y amable con ella. Pero poco tiempo tuvo que esperar, tras su matrimonio, para pasar de las mieles a las hieles. A los quince días de estar casados se produjo la primera agresión: "Me gritó por algo que no recuerdo. Entonces yo me puse a llorar. El me preguntó que por qué lloraba. Yo le contesté que por nada. Me dijo que me iba a dar dos hostias para que tuviera razones para llorar. Y aquella fue la primera paliza".
Así comenzó a adentrarse por una espiral de terror. Casi a diario su marido la maltrataba. "Las palizas me las daba sin ton ni son. De repente se le cruzaban los cables y comenzaba a pegarme. Al principio pensé que aquello sería pasajero, que ya se arreglaría, pero poco a poco me fui dando cuenta de que no tenía solución". Durante muchos años tuvo que inventar excusas ante sus vecinas para explicar los moratones de sus ojos, o sus dificultades para mover una articulación. "Les contaba que me había caído limpiado la cocina o que me había dado un golpe con algo. Ellas me decían: Pues vaya caída! Y yo creo que no se enteraban de lo que ocurría, o eso me pareció a mí".
En el transcurso de esos años vinieron al mundo cuatro hijos. El mayor fue el único maltratado por el padre. "Le decía que le llevase algo a la tienda y como tardara un poco, le pegaba. Una vez llegó incluso a darle con una vara de hierro y yo creí que lo mataba". El resto de los hijos conocieron el miedo, un miedo que se condensaba en la idea de que su madre pudiera morir a causa de una de aquellas agresiones.
Siempre trató de ocultar aquella situación. Pero algunas personas se dieron cuenta de lo que ocurría y le aconsejaron que se separara de su marido, que ninguna persona tenía que algo así. "No sé si estaba enamorada o qué, pero yo seguí aguantando durante veinte años. Ahora me doy cuenta de que quizás debería haberlo dejado al poco tiempo de comenzar nuestro matrimonio. Pero una vez que casi lo intenté tuve algunas presiones familiares que me sugirieron que no lo hiciera".
Así aguantó y aguantó, a causa del pánico. Hasta que un día la agresión fue extremadamente brutal. "Ese día nada más llegar a casa me dijo que le preparase la cena. Yo le contesté que esperara un momento, que estaba planchando y todavía tenía que acostar a los niños. Entonces empezó a gritar me y a darme. Y me dio tantos golpes que me rompió el tabique nasal y un brazo. Después salió a la calle y no volvió en toda la noche". Pero ni si quiera aquella brutal paliza hizo que moviera un dedo contra su marido. Fue uno de sus hijos el que le dijo: "O pones tú la denuncia o la pongo yo".
Llegó a la casa de socorro acompañada por uno de sus hermanos y su cuñado. Cuando el médico de guardia vio en qué estado se encontraba les dijo a sus acompañantes: "Llega así una hermana mía o una familiar y al que se lo hubiera hecho lo rajo de arriba a abajo". Además de las fracturas, su cuerpo mostraba numerosas contusiones, muchas de ellas no podían verse a través de una radiografía, pero estaban dentro de ella.
Seis meses más tarde intentaron una reconciliación a través de su asistencia a una psicoterapia. "Después de seis sesiones él no quiso volver. El psicólogo me dijo que mi marido era un enfermo mental y que no tenía cura porque no podía volver a nacer". Así que finalmente se separaron. Pero hasta en la separación fue económicamente maltratada. El matrimonio tenía algunas propiedades, entre ellas una ferretería que les daba bastante dinero. Obsesionada porque terminara todo lo concerniente a aquella relación le entregó las propiedades.
Su marido sólo podía entender que ella le hubiera dejado por otro hombre. "Me seguía por la calle y llegó incluso a pincharme el teléfono. Cuando mi hijo pequeño iba a verle él le ponía cintas con conversaciones que yo había tenido con alguno de mis hermanos". Cinco años después de la separación, sufrió otra agresión de su ya ex marido. "Una noche llegaba yo del trabajo y estaba aparcando el coche. Sin que me diera cuenta el apareció junto a la puerta del copiloto, la abrió y se sentó a mi lado. Me dijo que me quería, que no podía vivir sin mí. Yo le rechacé y entonces comenzó a pegarme puñetazos". Aquella fue la causa de la segunda denuncia que en veinte años de palizas casi diarias, ponía su marido.
Ahora, a sus 52 años, sólo quiere recuperar algunos derechos patrimoniales para sus hijos. "Es una vergüenza que yo haya estado veinte años trabajando para sacar el negocio adelante, viviendo como he vivido y que encima el me pase sólo 37.000 pesetas por el hijo pequeño quedándose con lo que se ha quedado".
Sobrevive gracias a la ayuda familiar que le ha quedado después de haber cobrado el paro. Aunque tiene poca confianza en la justicia, intenta luchar por algo que le pertenece por derecho y así salvar, del naufragio de su vida, una mínima seguridad que le permita recobrar la calma que durante tantos años no ha conocido.
Revista Vera 15 de mayo de 1995

lunes, 18 de octubre de 2021

USO Y ABUSO DE LAS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA

Publicado en eldiario.es el19 de julio de 2014 @Emilio_Silva_

La exposición pública de las víctimas de ETA permitía continuar ocultando a las víctimas de la dictadura, que esperaban a un Estado democrático que garantizase sus derechos

En los primeros años de la Transición (cuando recuperábamos la democracia) el Partido Popular (entonces Alianza Popular) no podía utilizar el pasado como argumento para su legitimidad democrática. Teniendo como fundador a Manuel Fraga, ministro de la dictadura, debía mirar hacia el futuro.



Mientras la élite franquista blanqueaba su biografía, para convertirse en élite democrática, el ambicioso Fraga fracasó en sus repetidos intentos por llegar a la Moncloa, incapaz de aceptar que la sociedad no quería un presidente del Gobierno que hubiera sido dirigente en el franquismo.

Así que la derecha española, herida por varias derrotas electorales, decidió llevar a cabo una gran operación cosmética. En el congreso de enero de 1989, sueltan lastre del pasado y Alianza Popular se refunda en el Partido Popular. Al mismo tiempo llevan a cabo un cambio generacional; aparece un nuevo líder, José María Aznar, en ese momento presidente de la Junta de Castilla y León.

El partido pasó a definirse como fuerza de centro liberal, a pesar de que Aznar había sido durante su juventud militante del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES), una organización estudiantil que posteriormente se transformó en el partido Falange Española Independiente (FEI). Encontró su legitimidad biográfica en el espíritu de la transición, donde "todos renunciaron a algo" e incluso llegó a definirse como el heredero de la Unión de Centro Demóicratico (UCD) de Adolfo Suárez.

Aznar, como líder del PP, no consigue ganar las elecciones generales ni en 1989 ni en 1993; la mayoría electoral no se considera preparada para ver a la derecha en el gobierno central. Pero el 19 de abril de 1995 sufre un atentado por parte de ETA, del que sale ileso gracias a viajar en un vehículo blindado. Tras ese hecho, la imagen pública del líder popular cambia.

Es a partir de ese momento cuando el Partido Popular da un giro a su interpretación de la violencia de ETA. De su oposición a ella puede nacer la legitimidad que necesitaban para que la sociedad considerase que se trata de una fuerza política de arraigo democrático. Como consecuencia, la relación del PP con la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) se intensifica y los populares comienzan la construcción de una figura hegemónica, según la cuál, un demócrata es quien ha sido víctima de ETA o condena públicamente su violencia.


Ser víctima de un delito violento no tiene nada que ver con el hecho de ser demócrata, porque para serlo hay que sostener y defender principios democráticos. Pero José María Aznar y su partido planificaron la construcción social de esa asociación de conceptos. Eso les permitía aglutinar su arcaica idea de la unidad del Estado, combatir una anti España que le movilizaba voto, y legitimarse. En ese proceso llegaron incluso a condecorar a Melitón Manzanas, uno de los más sanguinarios torturadores de la dictadura, que fue asesinado por ETA.

La exposición pública de las víctimas de ETA permitía continuar ocultando a las víctimas de la dictadura, que esperaban a un Estado democrático que garantizase sus derechos. Más de cien mil familias ansiaban la llegada de un Gobierno que reabriera las fosas, cerrara las heridas y devolviera a los más de cien mil desaparecidos su buen nombre y un lugar digno en el que reposar.

Cuando un ciudadano es víctima de la violencia, las instituciones deben mirar el daño que ha sufrido y poner en marcha la atención precisa, al tiempo que se produce la intervención policial y judicial. Esa asistencia no puede depender del discurso político del agresor ni del de la víctima; debe ser un derecho apartidista e indiscriminado.

Pero el PP ha establecido durante sus años de gobierno una jerarquía en la atención de las instituciones que tiene que ver directamente con su ideología. Durante años hemos visto cómo las víctimas de la AVT recibían un trato preferente con respecto al de otras organizaciones como la que preside Pilar Manjón. Es una clara prevaricación humanitaria, consistente en diseñar sus políticas de atención a quienes han sufrido delitos violentos desde sus intereses de partido.

Hasta ese punto, la hermana de Miguel Ángel Blanco, María del Mar, actual presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, ofreció un discurso en el décimo séptimo aniversario del asesinato de su hermano en el que agradeció al Partido Popular su política antiterrorista.


En el artículo tercero de sus estatutos el PP se declara soidario con las víctimas de la violencia de cualquier signo. Pero en sus años de Gobierno jamás ha movido un dedo por reparar a las víctimas de la dictadura. Se trata de una cuestión compleja porque, independientemente de que algunos de sus miembros justifiquen el franquismo, supone criminalizar a sus padres fundadores. Su actitud ha sido la de crear excusas, alguna tan manida y repetida como la de que dar una sepultura digna a una víctimas de la dictadura reabre heridas. Por su parte, el PSOE también ha acompañado al PP en esa política discriminatoria, en parte por inercia y en parte por la culpabilidad de no haber hecho nada por las víctimas del franquismo durante los gobiernos de mayorías absolutas de Felipe González.

En esa construcción, el PP llegó a convertir en la prueba de la cultura democrática de un partido o individuo la condena de la violencia de ETA. Se trata de un falso silogismo, porque el rechazo de esa violencia lo pueden haber practicado en estos años miles de torturadores franquistas, miembros de grupos de extrema derecha y otros colectivos que desprecian la democracia. Y además un ejercicio de doble moral. En el verano de 2013 el alcalde de la localidad lucense de Baralla, el popular Manuel González que aseguró en un pleno municipal que "los que fueron fusilados por el franquismo se lo merecían". A este militante que justificaba la desaparición forzada de 113.000 civiles el PP no loe pidió una condena de la dictadura. Cuando desde algunos ámbitos se pidió su dimisión él aseguró que "el partido ya me ha perdonado".

Más doble moral; mientras el PP ha tratado de sacar del juego político a quienes no condenaban la violencia de ETA, financiaba con dinero público del a la Fundación Francisco Franco (Ministerio de cultura 2000 ), sostenía monumentos a dirigentes franquistas, responsables de los peores crímenes que hemos conocido, o apoyaba acciones militares que han causado la muerte a miles de civiles.



De toda esa intervención en la cultura política surge la reacción del con respecto a la afirmación de Pablo Iglesias de que el terrorismo de ETA tiene "explicaciones políticas". Las declaraciones en las que Esperanza Aguirre le dice a Podemos que entregue el dinero que le sobra del crowdfounding que ha hecho para demandarla, a las víctimas, forma parte de esa cultura del PP que ha visto la financiación a ciertas víctimas como la forma de adquirir pedigrí democrático.

Pero el final de la violencia de ETA y los cambios que está generando la crisis han cambiado la realidad.La raya que dibujó Aznar durante sus años de mayoría absoluta, a partir de la cual quienes no estaban con él no merecían el nombre de demócratas, se diluye. Su instrumentalización de las víctimas de ETA queda patente ante su abandono de los desaparecidos de la dictadura o su política de desprotección de las mujeres que sufren la violencia machista. Igual que sus condenas de la violencia, que nunca han alcanzado a una de las dictaduras más sangrientas del mundo.

El PP ha utilizado política y partidistamente las consecuencias de la violencia de ETA. Así se explica su intento de modificar la autoría de los atentados del 11M de 2004, convencidos de que tenían la mayoría pero si sostenían su versión de los hechos hasta el día de las elecciones, tendrían la mayoría absoluta garantizada. Por eso resulta evidente su sobreactuación cuando alguien afirma que existen explicaciones políticas al respecto, como si sus dirigentes no hubieran hecho política con los efectos de la violencia.

Pero el marco se desfigura y lo que durante un tiempo fue un instrumento de persecución inquisitorial (basta recordar la campaña contra Julio Medem por su documental La pelota vasca) se desactiva por el cambio de contexto. Los límites políticos que establecieron los padres de la transición se desdibujan. Cada vez es más evidente que en la trastienda de la política institucional se priorizaban los privilegios y prebendas de la oligarquía. Por eso, cuando ese sistema político nos ha traído hasta esta crisis, sus herramientas se han mostrado inútiles para proteger socialmente a la ciudadanía.


La derecha española se encuentra en una encrucijada. Sus cimientos liberales se desmoronan y el uso que ha hecho de las consecuencias de la violencia terrorista ya no sirven para abatir adversarios. Con los efectos de la crisis, la sociedad ha adquirido otras prioridades y desde el partido que gobierna y genera sufrimiento social ya no es posible movilizar contra otros con la fuerza con que lo hacían antes.

El PP necesita construir nuevas herramientas políticas que realmente operen en la sociedad. Sus reiterados intentos por reabrir el debate acerca del terrorismo han sido infructuosos. En estos momentos no son capaces de apreciar que su crisis va más allá del descontento que generan sus políticas económicas y sociales. El desmoronamiento electoral del PSOE supone también un cambio que deben elaborar. Es posible que necesiten su regreso a la oposición para llevar a cabo una reflexión colectiva que les obligue a romper los viejos lazos y a terminar con la instrumentalización de las víctimas del terrorismo. Mientras tanto, intentan convertir a Pablo iglesias en esa antiespaña que hasta ahora movilizaba su voto. Pero el cambio social generado por la crisis ha sido enormemente profundo y es posible que no sean capaces de verlo hasta que un resultado electoral lo saque a la superficie.


FIN

martes, 12 de octubre de 2021

MOSCÚ: 12 DE OCTUBRE DE 1989. UNA "FIESTA NACIONAL" CON LOS NIÑOS DE LA GUERRA

12 de octubre de 1989.
Restaurante Praga en la calle Arbat de Moscú Fiesta de Nacional España


Un momento extraño. Faltaba menos de un mes para la caída del muro de Berlín y los cambios políticos en Alemania del Este estaban acelerando el proceso. La embajada española en Moscú ofrecía su fiesta anual, del 12 de octubre, en un conocido restaurante de la capital soviética.

Llevábamos algo más de un mes estudiando Economía Cooperativa en Perlovskaya, una especie de ciudad dormitorio a quince kilómetros de Moscú. El instituto en el que residíamos y recibíamos las clases estaba repleto de estudiantes de medio mundo; toda la esfera del CAME, el mercado común soviético, y buena parte de lo que entonces se llamaba "tercer mundo". Aprendíamos a crear cooperativas al tiempo que el capitalismo regresaba en esa forma jurídica con las primeras empresas que no eran propiedad del Estado desde 1917.

Nos habían dicho que fuéramos a la fiesta de la embajada, que era un buen lugar de encuentro con gente de la colonia española. Al entrar en el restaurante Praga, en la famosa calle Arbat, el embajador español recibía a cada invitado. En un amplio salón había grandes mesas repletas de jamón, tortilla española, vino de Rioja o Jerez.

Nuestra estancia iba a ser de tres meses y con un puñado de dólares en el bolsillo teníamos una economía saneada. Pero había estudiantes españoles que permanecerían seis años; el primero estudiando español y luego los cinco para tener una licenciatura. Muchos llegaban sin recursos familiares.

Cuando se abrió paso al picoteo algunos estudiantes llevaban preparada una operación de captación de jamón, vino y algunas otras viandas que iban encorchando o envolviendo y que guardaban en sus mochilas de estudiantes.

Las becas soviéticas permitían pocas alegrías. Para quienes no militaban en un partido comunista en sus países el importe era algo menor que para quienes mostraban su carnet y recibían un pequeño aumento en su estipendio.

Cuando la operación de captura de comida española se relajó comenzamos a hablar con algunas personas. Nosotros éramos recién llegados, el 9 de septiembre, y en seis semanas regresaríamos a casa; teníamos tres meses para conocer aquella realidad dura y áspera, en la que habíamos aterrizado después de leer algunos ejemplares de la selección de historias de la asociación hispanosoviética. Eran una especie de selección del Reader's Digest en los que te contaban historias armoniosas e idílicas de lo que te esperaba al visitar la Unión Soviética.

Fuimos conociendo a algunos estudiantes españoles pero la curiosidad nos arrastró pronto hacia la gente mayor que había en la fiesta. Aparecen en la foto. Niños y niñas de la guerra que cincuenta años después de haber embarcado en España seguían manteniendo esos estrechos vínculos emocionales con el país que les vio nacer y al que algunos ansiaban volver, algo muy difícil con una pensión soviética y el alza de precios de la economía española desde la crisis de los 70.

La conversación con ellos fue muy interesante y emocionante. Los había que habían trabajado en el circo permanente de Moscú o habían sido eminencias en la ingeniería soviética. Algunos tenían hijos que se habían instalado en España y eran su puente para el regreso.

Hablamos de la guerra, de la Segunda República, de la dictadura franquista y de lo difícil que la guerra española y la mundial habían puesto sus vidas.

En estos años de democracia algunos presidentes del Gobierno los visitaron en Moscú (Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero). Prefirieron mantener con ellos charlas nostálgicas en vez de políticas. Y cuando regresaban al Palacio de la Moncloa ninguno escribió en un Boletín Oficial del Estado una reparación que les permitiera regresar a casa o mejorar su nivel de vida tras el daño que les supuso la expulsión del franquismo.

Sirvan estas líneas y esta fotografía, cuando uno de ellos se sentó al piano y comenzamos a cantar canciones de la guerra, como homenaje para esos hombres y mujeres que huyeron de un país en llamas que estaba a punto de carbonizar biografías y familias como las suyas. Fueron acogidos en la Unión Soviética con generosidad, pero el regreso de la democracia a España no supuso para ellos ningún camino de vuelta a casa. Para muchos de ellos nunca cayó el muro del franquismo. 

miércoles, 4 de agosto de 2021

GUERRILLEROS EN EL OLVIDO

Publiqué este artículo en El Semanal en abril de 2001. 

Entradilla: De los siete mil quinientos guerrilleros que lucharon contra Franco tras el final de la Guerra Civil viven algo más de cuarenta. En Francia o en Italia serían héroes nacionales pero en España figuran todavía en muchos documentos públicos como bandoleros. Desde el olvido de la historia oficial tratan de que se reconozca su defensa de la democracia. Su memoria es un patrimonio que no se debería perder.

Emilio Silva Barrera

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José Murillo pisó el suelo de una calle de Burgos y a su espalda se cerró la puerta de la cárcel. Se sentía extraño. Siendo un chaval se despidió de su madre y de sus hermanos para echarse al monte junto a su padre y evitar así una detención de la guardia civil que habría puesto sus vidas en peligro. Siendo un hombre recuperaba la libertad. Nueve años como guerrillero, catorce como preso político, dos condenas de muerte y cinco balas que nadie pudo extraerle del hombro derecho eran todo su patrimonio. La vida recomenzaba a los cuarenta años para el conocido como comandante Ríos.


La victoria de Franco en la Guerra Civil convirtió en ilegales a decenas de miles de españoles que habían luchado con el ejército republicano y simpatizado o pertenecido a partidos políticos de izquierda. Cerca de medio millón de personas huyeron del país para salvarse y poder seguir viviendo en libertad. Otros trataron de recomponer sus vidas ocultando su pasado, se adaptaron a la nueva realidad y sobrevivieron bajo la dictadura. Unos cuantos tuvieron que echarse al monte para salvar la vida. Una vez allí formaron pequeños grupos dispersos que a mediados de los años cuarenta se organizaron en agrupaciones de guerrilleros.

Había cumplido diecisiete años José Murillo cuando un familiar falangista avisó a su padre de que se escapara para salvar la vida. También le dijo que se llevara a su hijo mayor para que no tomaran represalias con él. La vida se había complicado para ellos en el Viso de los Pedroches, el pequeño pueblo cordobés donde la familia Murillo vivía de las labores del campo y la ganadería. “Nos despedimos de la familia y subimos a la sierra. Tuvimos suerte porque al día siguiente nos dio el alto un grupo de hombres. Nos preguntaron qué hacíamos por ahí y después de que mi padre les contara su historia nos permitieron unirnos a ellos”. Murillo recuerda su juventud guerrillera sin nostalgia, como un hecho que simplemente no pudo ser de otra manera. “A mi padre lo andaban persiguiendo porque había sido simpatizante de la UGT y visitaba la casa del pueblo durante la república. Si no nos avisan de que nos escapáramos no lo habríamos contado. Con esas cosas no se podía jugar porque no se andaban con chiquitas;  a mi madre la encarcelaron cinco años con una niña de dos meses como represalia por no habernos capturado a nosotros”.

Corría el año 1941 y en los montes de Sierra Morena actuaban varios grupos de guerrilleros. “Al principio fue muy duro acostumbrarnos a aquella vida. Dedicábamos la mayor parte de tiempo a tratar de sobrevivir; obteniendo comida y esquivando las batidas de la guardia civil. Teníamos que cambiar nuestros campamentos constantemente para evitar ser descubiertos. Nos movíamos por la zona que delimita Córdoba y Badajoz. Pasábamos el invierno en grandes chozas, reunidos con otros grupos con los que teníamos cierta confianza. Nunca decíamos nuestros verdaderos nombres, ni de dónde veníamos, para proteger a nuestra familia”.

José Murillo, comandante Ríos


La vida de los guerrilleros era diferente dependiendo de las época y de las zonas de España donde actuaran. Para algunos su trabajo consistía meramente en resistir, conseguir alimentos y no caer en manos de la guardia civil. Había zonas donde realizaban labores de sabotaje. Por ejemplo en León, donde las minas de wolframio abastecnían al ejército alemán. La misión de impedir que el preciado metal de uso bélico llegara a manos de los nazis. Para ello asaltaban trenes o saboteaban puentes. En otras zonas realizaban atracos en los que a veces conseguían grandes cantidades de dinero para su causa. En 1946 en el Banco Español de Crédito de Puertollano, el Gafas y su banda se hicieron con 250.000 pesetas, una pequeña fortuna para la época.

En 1944 los pequeños grupos guerrilleros comenzaron a organizarse en agrupaciones. Murillo fue nombrado jefe de su guerrilla con 22 años. Desde entonces comienzaron a llamarle comandante Ríos, por lo bien que cruzaba de orilla a orilla en las noches de marcha. Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial y el bando aliado no atacó a Franco la guerrilla cayó en el desencanto. Los que pudieron huyeron a Francia, pero ese no fue el caso de Murillo, que tuvo un duro encuentro nocturno con las fuerzas del orden. “Iba con el jefe de otro grupo y con un enlace y nos dieron el alto. Comenzó un tiroteo. Me dieron cinco disparos en el hombro. Tuve suerte de que la guardia llevara fusiles naranjeros, porque disparan balas en un mismo punto. Mis compañeros me vieron caer abatido y pensaron que había muerto”.

Cuando Murillo recuperó la consciencia todo había pasado. “Hice algunas de las señales que teníamos acordadas para reunirnos en la oscuridad, pero nadie contestó. Entonces me arrastré como pude y llegué a una carretera. Salí inmediatamente de ella para no dejar rastros de sangre. Con una manta que llevaba anudada me hice una especie de torniquete. Caminé por una montaña. Buscaba una cabaña donde recordaba que vivía la familia de un pastor. Al final caí en una maraña de zarzas y perdí el conocimiento”. El comandante Ríos tuvo suerte porque la familia del pastor no lo delató. Lo curaron y luego él cambió de identidad y se hizo pasar por pastor durante casi dos años, mientras se recuperaba de sus graves heridas. Pero fue delatado y entró en prisión en 1949.

José Murillo estuvo en las cárceles de Ocaña y Burgos durante catorce años. Cuando salió en libertad había cumplido los cuarenta. Poco después se casó con la hermana de un compañero que tenía identidad falsa. El comandante Ríos había fingido que la hermana de su compañero de celda era la suya. Con ella se había carteado durante cuatro años y al quedar él en libertad les unía una intensa experiencia que han compartido hasta hoy. En los veintitrés años que habían pasado desde que se echó al monte sólo había visto a su madre en una ocasión. “Me enteré de que mi madre había salido de la cárcel y bajé al pueblo. Pasé dos horas con ella y con mis hermanos. Mi padre en cambio fue herido en un enfrentamiento con la policía y detenido. Se ahorcó en su celda en 1944, aunque nunca me he creído la versión de su muerte”. José Murillo pertenece a una generación que lo dio todo soñando con la libertad. Él y su familia, como muchas otras, sufrieron la persecución de sus ideas. Sus años en el monte y en la cárcel le impidieron cotizar a la seguridad social y hoy sobrevive como puede con una pequeña pensión.

La mayoría de los grupos de guerrilleros recibían órdenes de las organizaciones políticas en el exilio; el PCE, el PSOE y la CNT orientaban sus pasos. También desde fuera se organizaron intentos por recuperar la democracia. Por ejemplo el ocurrido en el amanecer del 19 de octubre de 1944. Algo más de 12000 hombres armados, bajo el mando de Vicente López Tobar, entraron por distintos lugares de los Pirineos. La tercera parte de ellos ocupó el Valle de Aran. Su objetivo era provocar un alzamiento popular y vencer al fascismo. Pero principalmente buscaban atraer la atención internacional hacia el problema del franquismo. La operación no funcionó y los miles de hombres retrocedieron. Según los datos oficiales murieron 129 guerrilleros, 214 catorce fueron heridos y 218 hechos prisioneros, de los cuales a una buena parte les fue aplicada la pena de muerte.

Esperanza Martínez, Sole, viajaba a menudo en burro desde Villar del Saz hasta Cuenca. En el bolsillo de su vestido llevaba dinero y la lista de todo lo que tenía que comprar para los guerrilleros que frecuentemente visitaban su casa. “Mi padre era republicano. Recuerdo lo feliz que volvió con mi madre de votar en las elecciones de 1936, las que ganó el Frente Popular. Al terminar la guerra se convirtió en un punto de apoyo de la guerrilla, sin que nosotras lo supiéramos. Pero un día un hombre armado se refugió en nuestra casa y lo descubrimos. Poco a poco fuimos conociendo a más miembros de la guerrilla que nos contaban cómo sería España sin Franco, cómo se acabaría eso de que unos pocos lo tuvieran todo y muchos no tuvieran nada. Me dejaban algunos libros y yo iba aprendiendo cosas que me han marcado para siempre”.



Existía una guerrilla del llano, compuesta por hombres y mujeres que públicamente hacían una vida normal y en sus casas daban cobijo, información y todo tipo de ayuda a los escapados. Según los datos oficiales eran 20.000 las personas que apoyaban directamente a la guerrilla aunque su apoyo real podría ser muy superior.  Los enlaces o puntos de apoyo sufrieron la misma represión que los guerrilleros. Su trabajo consistía en mantener a la guerrilla informada de los movimientos de tropas, Muchos de ellos fueron asesinados o sufrieron años de cárcel y de torturas. Las unidades especiales de la guardia civil les tendían trampas constantemente o les arrancaban confesiones bajo la amenaza de capturar a sus familias.

La relación de Esperanza con los guerrilleros que pasaban por su casa tenía una mezcla de ilusión y de aventura. Pero la cosas se complicaron cuando la guardia civil creó unidades especiales de lucha contra la guerrilla. “Comenzaron a detener a gente relacionada con los escapados y nos pusimos en alerta. La policía llamaba a nuestra casa por las noches o venían hombres a vernos disfrazados de mendigos que nos pedían que les ayudáramos a contactar con los guerrilleros, para ver si picábamos. Por suerte teníamos un perro que solamente ladraba cuando llegaba la guardia civil”.

Esperanza tenía 22 años recién cumplidos cuando con su padre y sus dos hermanas pequeñas tuvo que echarse al monte para evitar una detención inminente. “Presentíamos que estaban a punto de venir a por nosotros y nos escapamos. A mis dos hermanas les encontraron dos casas donde las acogieron como si fueran de la familia y yo me quedé con mi padre en el monte. Estuvimos dos años en la guerrilla. La vida que hacíamos era bastante tranquila, no buscábamos enfrentamientos, se trataba de sobrevivir y no ser capturados. Alguna vez pasó la guardia civil a pocos metros de nuestro campamento y no disparamos ni un tiro. Pasábamos el tiempo hablando de política y comentando las noticias que recibíamos a través de los enlaces. Se trataba de conseguir medios para sobrevivir y resistir”.

Eran momentos muy difíciles porque Franco había sobrevivido al final de la guerra mundial y los objetivos del movimiento guerrillero no estaban claros. “Había un profundo debate entre resistir y salir del país. Éramos gente soñadora y yo tenía toda la vida por delante. Así que decidí escaparme a Francia con mi amiga Reme”, recuerda Sole.

Aunque las cifras siempre son aproximadas se cree que murieron cerca de 2500 guerrilleros, entre los enfrentamientos armados y los ejecutados por condena. El resto fueron encarcelados y unos pocos pudieron cruzar la frontera y siguieron luchando en defensa de la democracia desde el exilio. A principios de los años cincuenta se disolvieron las agrupaciones aunque algunos individuos continuaron con su lucha hasta bien avanzada la dictadura. José Castro Veiga, Piloto, fue el último guerrillero que cayó tiroteado por la guardia civil en el año 1965, tres décadas después del final de la guerra.

Uno de los enlaces que colaboraban con el grupo de Esperanza preparó la fuga. En el punto kilométrico acordado y a la hora fijada la esperó un coche que la llevó por Barcelona y la dejó a unos kilómetros de la frontera francesa. Desde allí cruzó por el monte, algo a lo que estaba muy acostumbrada. Esperanza fue acogida por una familia francesa perteneciente al Partido Comunista. “Me había afiliado al PCE estando en la guerrilla. Cuando llegué a Francia, tras mis dos años de guerrilla por la Serranía de Cuenca, el partido me ofreció la posibilidad de seguir colaborando ayudando a otros compañeros escapados a salir de España. Acepté porque esa responsabilidad me parecía un honor”. Esperanza hizo su primer viaje, recogió a un grupo y cruzó la frontera por Navarra. En su segunda incursión fue detenida dentro de un tren en Miranda de Ebro. “Me delató el enlace que me había llevado hasta allí”. Después de pasar por duros interrogatorios (“llegué a desear la muerte”), fue encarcelada. Corría el año 1952. “Llegar a la cárcel supuso para mí una liberación, porque había sufrido muchas agresiones. Me cayeron 46 años de condena”.

En 1967 Sole salió en libertad vigilada. A partir de entonces buscó un trabajo y trató de normalizar su vida sin abandonar su lucha.  Fue la primera mujer que contrajo matrimonio civil en Zaragoza, la ciudad en la que vive. “La boda se celebró en la cárcel porque a mi marido le habían condenado a tres años por repartir propaganda de Comisiones Obreras”. En la actualidad conserva intacto su compromiso. Su padre murió el 4 de marzo de 1950, en un tiroteo. “Hace un año que averigüé el sitio exacto donde fue enterrado y el próximo verano quiero poner allí una placa en recuerdo del hombre que fue, luchador por la justicia y la libertad”.

Los guerrilleros españoles siguen metafóricamente echados al monte, en la cordillera del olvido. Habían sido los últimos luchadores antifranquistas y esperaban que la transición democrática reconociera sus méritos, como había pasado con los maquis franceses tras la liberación. Pero no ha sido así. Para René Pérez, responsable de la Unión de Excombatientes Franceses en España, se trata de una injusticia histórica. “A los guerrilleros franceses que lucharon contra el nazismo se les considera héroes nacionales; tienen una pensión especial, veranean en residencias militares, los mutilados reciben asistencia a domicilio y han sido condecorados en repetidas ocasiones”. Podría pensarse que ese reconocimiento está alimentado por el hecho de que en Francia se defendieron de la ocupación nazi y se añadía otro componente; la liberación de su país. Pero no es así. “El mismo reconocimiento y las mismas ventajas y derechos sociales los disfrutan los franceses que formaron parte de las Brigadas Internacionales contra Franco, defendiendo las libertades en otro país. La defensa de la democracia es algo incuestionable más allá de las diferencias políticas entre partidos” afirma este hombre que, con los miembros de su asociación, celebra todos los años en Madrid el aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.

Francisco Martínez, Quico, es a sus 75 años uno de los guerrilleros más activos en la defensa de un colectivo casi olvidado. “Parece mentira que después de lo que luchamos y sufrimos todavía figuremos en muchos documentos públicos como bandoleros y asaltadores de caminos. Una de las pocas cosas que reivindicamos es que de una vez por todas se reconozca que fuimos defensores de la democracia de la que hoy podemos disfrutar todos los españoles”.

Quico comenzó su colaboración siendo enlace de la guerrilla. En 1947 descubrió a tiempo que estaba a punto de caer en una trampa. Sin pensárselo un segundo corrió hacia el monte antes de que fuera demasiado tarde. “Hasta que tuve que escaparme ayudaba en labores de información o consiguiendo material. Vivíamos en Cabañas Raras, un pueblo del Bierzo leonés y allí mi padre tenía mucha relación con los guerrilleros. Habitualmente venían a casa, cuando la cosa estaba tranquila, cenaban con nosotros y se quedaban a dormir”.



La vida de los guerrilleros en la comarca leonesa del Bierzo era relativamente confortable. “Nosotros dormíamos casi todas las noches bajo techo –recuerda Quico-. Había mucha gente que nos ayudaba y nos daba cobijo y alimento. Nos movíamos en un zona entre las provincias de León, Lugo y  Orense. Nuestra labor consistía en mantener vivo el espíritu de la república, difundir nuestra causa y simbolizar para la gente la posibilidad de la esperanza en el fin del franquismo. Lo cierto es que tuvimos mucho apoyo popular, de no ser así no habríamos sobrevivido”.

Quico estuvo cuatro años en el grupo de Manuel Girón, el fundador de la primera Federación de Guerrillas, la de León-Galicia; un guerrillero mítico que fue asesinado por un infiltrado. “En 1951 el movimiento guerrillero estaba en retirada así que tras la muerte de Girón, otros dos compañeros y yo decidimos escapar a Francia. Un enlace nos compró tres buenos trajes y fuimos en taxi hacia la frontera. Un infiltrado en el Gobierno Militar de Valladolid nos proporcionó a Zapico, a Jalisco y a mí una documentación que nos acreditaba como personal sanitario del ejército”.

Su fuga estuvo cargada de anécdotas y momentos difíciles. Una mañana, Zapico, uno de sus compañeros, se levantó de la cama en un hotel en Pamplona y fue a asearse. Entró en el baño con la pistola colgada del hombro y una toalla tapándola. Nada más abrir la puerta se encontró de frente con el uniforme de un coronel de la guardia civil que se estaba duchando. El mando policíal le invitó a quedarse en el baño pero Zapico se disculpó amablemente y los tres guerrilleros pusieron pies en polvorosa. En la frontera francesa fueron detenidos. Pensaron que eso les salvaría. “Cuando pensábamos que lo habíamos logrado pasamos el momento más crítico. Nos daban a elegir entre ser entregados a las autoridades franquistas o enviarnos a la legión extranjera. Las dos opciones eran bastante complicadas pero tuvimos la suerte de que un periodista denunció nuestro caso y finalmente decidieron acogernos. Los tres pudimos instalarnos en Francia y vivir libremente, aunque nunca dejamos de luchar por el regreso de la democracia a España”.

El pasado 27 de febrero la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados debatió a propuesta del PSOE un Proyecto No de Ley para reconocer públicamente a los guerrilleros antifranquistas. El Partido Popular se opuso a la medida por considerar que en los primeros años de la transición se dictaron numerosas leyes para rehabilitar a distintos grupos sociales de ambos bandos y ya no es tiempo de seguir tomando medidas de algo que se considera resuelto. Hasta ahora algunos parlamentos regionales han apoyado mociones en ese sentido: Aragón, Madrid, Cataluña, Extremadura, Valencia, Navarra y Euskadi. También lo han hecho numerosos ayuntamientos. Pero su empeño es que las altas instituciones del Estado democrático agradezcan su lucha.

El relato de sus vidas en pleno siglo veintiuno se asemeja al de cualquier guión cinematográfico. Esa es la razón por la que Montxo Armendáriz estrenará a finales del mes de abril Silencio roto, una película protagonizada por Juan Diego Botto y Lucía Jiménez que cuenta una historia de la guerrilla desde la perspectiva de una mujer. Los guerrilleros supervivientes confían en que esa sea una buena ocasión para difundir su causa y romper de una vez por todas las mordazas del olvido.

El comandante RíosSole y Quico son el testimonio vivo de una lucha arriesgada por la libertad. Su deseo es pasar a la historia como defensores de la democracia. Después de tantos años y penalidades se enfrentan a una difícil batalla, derrotar al olvido. Y sólo tienen un arma, la memoria.

Fichas de cada uno de ellos

Fichas de cada uno de ellos para las fotografías:

Nombre: José Murillo, Comandante Ríos

Fecha y lugar de nacimiento: 9 de abril de 1924 en el Viso de los Pedroches, Córdoba.

Años en la guerrilla: entre 1941 y 1949.

Años de cárcel: 14

Zona guerrillera: Sierra Morena y zona del límite de las provincias de Córdoba y Badajoz.

Heridas: cinco balas que todavía tiene incrustadas en el hombro derecho.

Por qué causa se volvería a echar al monte: por liberar al tercer mundo de la explotación y la miseria.

Nombre: Esperanza Martínez, Sole

Fecha y lugar de nacimiento: 27 de abril de 1927 en Villar del Saz de Arcas, Cuenca.

Años en la guerrilla: 1949-1951

Años de cárcel: desde el 25 de marzo de 1952 hasta el 25 de febrero de 1967.

Zona guerrillera: Serranía de Cuenca, Levante y Aragón.

Por qué causa se volvería a echar al monte: para que se reparta la riqueza.

Nombre: Francisco Martínez, Quico

Fecha y lugar de nacimiento: 1 de octubre de 1925 en Cabaña Raras, León.

Años en la guerrilla: 1947-1951

Zona de guerrilla: El Bierzo, Orense y Lugo.

Heridas: un disparo en un brazo y un impacto en la cabeza.

Por qué causa se volvería a echar al monte: Para luchar contra el fascismo. 

Una leyenda llamada Manuel Girón

El próximo 2 de mayo se conmemora el quincuagésimo aniversario de la muerte de Manuel Girón Bazán un guerrillero que se convirtió en mito para muchos habitantes del Bierzo leonés. Girón tuvo que echarse al monte con su hermano José el 20 de julio de 1936, a la edad de 26 años. Era miembro de la Unión General de Trabajadores y de haber sido detenido habría corrido posiblemente la suerte de muchos de sus compañeros del sindicato,que fueron fusilados.

Su primer refugio fue la comarca de La Cabrera. En agosto de 1937 se desplazó junto a otros diez hombres hacia el frente de Asturias. Su hermano cayó gravemente herido y fue evacuado a Francia. Él aguantó hasta que las fuerzas nacionales derrotaron al Frente Norte. Manuel Girón regresó al Bierzo y se instaló en un lugar conocido como “La ciudad de la selva”. Su carisma personal reunió en torno suyo a numerosos hombres con los que fundó en 1942 la Federación de Guerrillas León-Galicia.

El nacimiento de su leyenda se produjo el 24 de febrero de 1949. El comandante de la guardia civil de Ponferrada, Miguel Arricivita Vidondo, había preparado una gran emboscada a la guerrilla gracias a la delación de un antiguo enlace. Dos de los maquis murieron y la policía requirió a Emilia Girón para que identificara los cadáveres. Ella aseguró que uno era su hermano. El comandante fue debidamente condecorado. La gente que admiraba a Girón se sintió apesadumbrada. Pero poco después, cuando se supo que el guerrillero permanecía vivo, comenzó su leyenda.

El 24 de febrero de 1951 un grupo de cinco guerrilleros encabezados por Girón fue cercado por doscientos guardias, a causa de la delación de un molinero. El intenso combate duró catorce horas en las que fueron incendiadas varias casas del pueblo de Corporales. Los guerrilleros lograron salir milagrosamente con vida utilizando una estrategia que había consistido en comunicar interiormente toda la manzana de casas para salir por la puerta más distante.

Así se fue construyendo su leyenda de guerrillero invencible. Girón era recibido en muchos pueblos con los brazos abiertos. Hasta que el 2 de mayo de 1951 murió a manos de un infiltrado de la guardia civil, José Rodríguez Cañueto. El cuerpo del legendario luchador fue expuesto en la puerta del cementerio del Carmen de Ponferrada como un trofeo de caza. La guardia civil quería acallar los rumores y demostrar que en esa ocasión se trataba del auténtico Manuel Girón Velasco. Su cuerpo fue enterrado extramuros del cementerio, en una fosa común. Posteriormente sus restos fueron recuperados por Alfonso Yáñez, un enlace de la guerrilla, quien los conservó hasta febrero de 1997 en que recibieron sepultura en el interior del cementerio.

LA MUJER EN LA GUERRILLA

Para Esperanza Martínez, una de las pocas guerrilleras que ha sobrevivido al siglo XX, “las mujeres somos las grandes olvidadas de la historia. En la guerrilla tuvimos un papel muy importante que todavía no ha sido investigado en profundidad”. Las mujeres desarrollaron un papel muy importante como enlaces y como guerrilleras.

Las razones por las que comenzaron a colaborar con la guerrilla eran diversas. La  mayoría eran viudas de guerra o de los paseados en los meses siguientes a julio de 1936. Otras eran hijas o familiares de perseguidos y guerrilleros. Es muy difícil estimar el número de mujeres que pertenecieron a la guerrilla. Según el historiador Francisco Moreno el 2% de la guerrilla eran mujeres. Eso quiere decir que fueron unas 150 las guerrilleras que lucharon contra Franco. Su participación fue mucho más numerosa como enlaces. Sus biografías son un gran testimonio que se conserva a pesar del paso de los años.

BREVES BIOGRAFÍAS

Francisca Nieto Blanco “Paquina” (Ponferrada, 1913). Casada con el inspector de policía de Ponferrada Vicente Campillo, que murió en el frente asturiano en 1936. Responsable de la 1ª Compañía de Guerrillas del Llano, perteneciente a la 1ª Agrupación de Guerrillas que dirigía el asturiano César Ríos Rodríguez. Fue detenida y encarcelada en numerosas ocasiones entre 1936 y 1948. Finalmente escapó a Argentina y regresó a España varios años después. Actualmente vive en Ponferrada

Alpidia García Moral “Maruxa” (Sobrado, 1905). Su marido fue paseado en los primeros meses de la Guerra Civil. Tras esto comenzó a colaborar con la guerrilla. Su casa fue un importante punto de apoyo hasta que en 1943, una inspección rutinaria de la guardia civil, sorprendió en ella a un importante grupo de guerrilleros que lograron huir. Alpidia huyó con ellos. Permaneció en el monte durante casi seis años hasta que el 17 de marzo de 1949 su guerrilla fue cercada. Alpidia fue detenida con vida y asesinada posteriormente por un sargento de la guardia civil.

Consuelo Rodríguez López “Chelo” (Soulecín, Orense). Tres de sus hermanos, Rogelio, Sebastián y Domingo huyeron al monte en los años de la guerra, por lo que sus padres fueron asesinados en represalia por soldados del tercio en 1939. Tras esto los tres hermanos que quedaban, Antonia, Domingo y la propia Consuelo huyeron al monte donde ya estaban sus tres hermanos. Los cuatro hermanos varones murieron en la guerrilla, así como el compañero de Consuelo, el asturiano Arcadio Ríos Rodríguez. En 1949 Consuelo logró salir de España desde Madrid hacia Francia, donde se casó con otro guerrillero asturiano, Marino Montes Ferrero. Actualmente vive en el país vecino.

Alida González Arias “Penca” (Salas de Los Barrios, 1915). Su marido José Losada huyó al principio de la guerra. Alida fue desterrada a Cantalapiedra, Salamanca, donde supo de la muerte de su esposo en 1941. A su vuelta pasó a ser una de los enlaces más activos. En 1945 fue descubierta por la policía y tuvo que incorporarse a la guerrilla de Girón, que fue su compañero sentimental. Es la única testigo del asesinato de Girón en mayo de 1951. Actualmente vive en su pueblo natal.

Matilde Franco Canedo (Toral de Los Vados, 1921). Enlace de la guerrilla. Era la compañera de Abel Ares Pérez. Cuando eran novios él vivió escondido varios meses en un agujero. Ella salía a las afueras de su pueblo a pasear, se sentaba en medio del campo, ponía la mano en el borde del agujero para que Abel se la cogiera y le contaba las últimas novedades. Años después huyeron juntos a Francia a finales de 1948. Allí residieron hasta 1992, año en que regresaron a España. Actualmente vive en su pueblo natal.

SILENCIO ROTO, NUEVA PELÍCULA DE MONTXO ARMENDÁRIZ

El director de cine navarro, Montxo Armendáriz estrenará a finales del mes de abril su sexta película, Silencio roto, que supone su primer trabajo tras el éxito de Secretos del corazón, candidata española para el Oscar. La nueva película narra la vida de una joven que se ve obligada a madurar en un ambiente rural tenso y complicado por la presión del régimen franquista. Para Armendáriz este trabajo “es un intento por recobrar el pasado, algo que mucha gente piensa que siempre trae malos recuerdos. Narra una parte de nuestra historia que se ha tratado de silenciar y que nos puede ayudar a comprender el presente”. La protagonista, Lucía Giménez, llega a vivir a un pequeño pueblo y tiene una relación con un joven herrero, Juan Diego Boto, que se echa al monte con el maquis. La historia transcurre en tres estaciones diferentes: el otoño de 1944, el verano de 1946 y el invierno de 1948.


Para documentarse Montxo Armendáriz mantuvo entrevistas con algunos de los guerrilleros supervivientes y visitó con ellos alguno de los lugares emblemáticos para la guerrilla de los años cuarenta. El pasado mes de noviembre el equipo de la película, incluidos los actores protagonistas, asistió en Santa Cruz de Moya a un encuentro sobre la guerrilla.

Por otra parte, Javier Corcuera, director del documental La espalda del mundo, que ha cosechado numerosos éxitos dentro y fuera de nuestro país, está rodando un documental acerca de la guerrilla antifranquista. Corcuera ya ha grabado algunas entrevistas y acompañó a algunos guerrilleros en la caravana de la memoria, un autobús que recorrió España entre los meses de octubre y noviembre pasados, en el que iban además de guerrilleros: niños de la guerra, brigadistas internacionales y exiliados políticos. La labor de documentación previa al rodaje está siendo complicada porque muchos de los documentos acerca de la guerrilla no son públicos y continúan encerrados en los archivos de la Guerra Civil. 

 

 


domingo, 18 de julio de 2021

18 DE JULIO ¡NUNCA MÁS!

Muchos de quienes claman hoy por el consenso y la generosidad de la Transición, no han sido capaces de dejar en el Boletín de las Cortes plasmado su rechazo hacia quienes promovieron la guerra

Reparar a las víctimas y educar a la ciudadanía en el rechazo al franquismo son las medidas más importantes que se pueden tomar con respecto a ese pasado traumático

@Emilio_Silva_

El 23 de septiembre de 1939, el dictador Francisco Franco dictó una ley que consideraba “no delictivos determinados hechos de actuación político social cometidos desde el catorce de abril de 1931 hasta el dieciocho de julio de 1936”. En el artículo primero se dice: “Se considerarán no delictivos los hechos que hubieran sido objeto de procedimiento criminal por haber sido calificados como constitutivos de cualesquiera los delitos contra la constitución, contra el orden público, infracción de las Leyes de tenencia de armas y explosivos, homicidios, lesiones, daños, amenazas y coacciones y de cuantos con los mismos guarden conexión, ejecutados desde el catorce de abril de mil novecientos treinta y uno hasta el dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis, por personas respecto de las que conste de modo cierto su ideología coincidente con el Movimiento Nacional y siempre que aquellos hechos que por su motivación político-social pudieran estimarse como protesta contra las organizaciones y el gobierno que con su conducta justificaron el Alzamiento”.


En esa ley esta condensada la vulneración de la legalidad, considerando lícito el terrorismo de extrema derecha que llevó a cabo una incesante actividad para socavar la legitimidad de la Segunda República mediante la inestabilización. Reconocía como beneficiosas las actuaciones contra la Constitución de 1931, la primera en el mundo que recogía como propio el derecho humanitario elaborado por la sociedad internacional hasta la época. Aquel hubiera sido el inicio de una cultura de los derechos humanos que después de cuarenta años de dictadura y cuarenta de democracia sigue siendo una de nuestras enormes carencias.

Cuando se cumplen 80 años del golpe de Estado de un grupo de generales fascistas, acaudillados por el dictador Francisco Franco, es difícil entender que el pleno del Congreso de los Diputados no haya condenado todavía la dictadura franquista. Muchos de quienes claman hoy por el consenso y la generosidad de la Transición, de cara a la elaboración de un nuevo Gobierno, no han sido capaces de dejar en el Boletín de las Cortes plasmado su rechazo hacia quienes promovieron una guerra para acceder al poder por mediante el uso de la violencia y secuestraron las libertades y la dignidad de todo un país durante cuarenta años.

Parte de la explicación de esa tolerancia hacia el pasado tiene que ver con nuestra estructura social; la élite que ha gestionado nuestro país tras la muerte del dictador, la que pilotó la Transición y organizó el olvido, está compuesta fundamentalmente por descendientes de adeptos al régimen franquista. Ellos accedían casi exclusivamente a las universidades en la década de los cincuenta y sesenta y han constituido la élite económica, política, cultural y académica que en estos años ha coexistido sin conflictos con la impunidad del franquismo.

Durante décadas, la sociedad española se mantuvo en silencio con respecto a las violaciones de derechos humanos de la dictadura. El dolor social causado por la represión ha seguido y sigue activo en nuestra cultura política, de forma más o menos consciente. La fragilidad de nuestra independencia de poderes, las vulneraciones de la legalidad que llevan a cabo representantes políticos que no asumen responsabilidades o el excesivo partitocentrismo de nuestra agenda pública público están directamente relacionadas con ese espíritu del 18 de julio.

Cuando en el año 2000 los nietos de los represaliados comenzaron la apertura de fosas comunes y la búsqueda de personas desaparecidas forzaron un debate sobre la patológica relación con el pasado que mantenía nuestra sociedad la reacción fue inmediata. En las primeras exhumaciones de fosas diversos columnistas de prensa impresa analizaban el hecho airadamente, asegurando que ahora venían los nietos a vengarse.

La transición a la democracia, edificada sobre una falta reconciliación, abandonó a su suerte a miles de familias que habían sido terriblemente castigadas por no haberse sumado al golpe de Estado franquista. La impunidad, disfrazada de renuncias “de los dos bandos” hizo vigente la amnistía franquista y permitió blanquear su biografía a miles de franquistas. De la noche a la mañana desaparecieron los miles de chivatos del régimen y los que querían conservar su situación de poder con el advenimiento de la democracia inventaron un relato en el que aparecían como silenciosos disidentes que habitaban los despachos del régimen esperando el regreso de las urnas. Sobre ese relato se ha edificado la visión de los dos demonios que significa fundamentalmente la demonización de la Segunda República, con ese mito en el que parecía que lo que se enfrentaba en la guerra causada por Franco eran dos golpes de Estado, escondiendo así que tras la salida de Alfonso XIII se celebraron en nuestro país las primeras elecciones libres con sufragio universal masculino y femenino.

La posibilidad de participar en la vida pública declarándose demócrata y sin condenar la dictadura franquista es síntoma de nuestra frágil cultura política. Mientras han muerto en silencio miles de hombres y mujeres que se enfrentaron a la falta de libertades, las élites han despedido a franquistas que cambiaron la chaqueta para conservar privilegios como padres de nuestras libertades.

El problema no está en la guerra, que es a donde recurren sectores conservadores haciendo una elipsis de la dictadura. El deterioro que generó sigue siendo un lastre para nuestra vida colectiva. Reparar a las víctimas y educar a la ciudadanía en el rechazo al franquismo son las medidas más importantes que se pueden tomar con respecto a ese pasado traumático. Es la mejor forma de agradecer el esfuerzo y el sufrimiento de quienes se enfrentaron al franquismo y de vacunar nuestro futuro para que no pueda haber un 18 de julio nunca más.